De los resultados en la intervención humanitaria en el campo y otros demonios

Por Sergio Latorre Restrepo[i]

Desde hace más de una década diferentes organizaciones multilaterales y agencias de cooperación internacional han aportado recursos para la atención de la crisis humanitaria generada por la violencia en Colombia.

Según cifras oficiales, desde 2006 hasta diciembre de 2010 el Banco Interamericano de Desarrollo desembolsó 4.278 millones de dólares en créditos al sector público para promover áreas claves del desarrollo como infraestructura, modernización y reforma del Estado, educación, salud, protección social, agricultura, cambio climático y protección ambiental. Igualmente, una organización como Acción contra el Hambre, en su reporte de 2014 en Colombia, invirtió 2.378.616 Euros, que beneficiaron a 82.624 personas con problemas de desnutrición, seguridad alimentaria, agua e higiene.  Todos estos números prometen y abren la esperanza a lograr cambios significativos frente a la inequidad en la distribución de la riqueza y el acceso a bienes y servicios básicos por parte de la población más pobre especialmente afectada por la violencia.

Sin embargo, todos estos esfuerzos, loables por demás, y que a menudo son destacados en las páginas de internet de dichas agencias o a través de noticias de prensa (Foto No. 1), esconden una lógica de resultados y cifras que si no perversa por lo menos deja varios interrogantes. Esta lógica es difícilmente legible entre cifras y listados,  pero podría revelarse con una mirada a las fotografías que aparecen en los materiales de comunicación de las agencias de cooperación y de otras entidades, donde se exhibe a comunidades recibiendo algún beneficio.

Pues bien, a menudo escuchamos que las cifras son debatibles; me quiero concentrar ahora en las fotos para exponer mi crítica a esta lógica de resultados y cifras que me parece cuestionable.

Foto No.1: Periódico digital Las Noticias (septiembre 9 de 2015)

Las fotos acompañando los resultados que benefician a comunidades marginales incluyen escenas típicas en donde la comunidad aparece sonriente recibiendo cheques, títulos, tanques, herramientas para trabajar la tierra. La escena generalmente es una construcción bien concebida en donde no aparecen atisbos de la tristeza o el abandono que no pocas veces acompañan a los sujetos retratados. Por  otro lado, en la misma foto aparece el funcionario o representante de la institución, quien entregado a su labor dibuja en su cara la satisfacción del deber cumplido.  La foto retrata ese momento, es instante en donde, por lo menos esta vez, Sí le estamos respondiendo al ciudadano,  ya no solo con palabras o promesas, sino con hechos.

Las fotos nos invitan a compartir la ilusión de la imagen que proyectan, y a partir de ella nos formarnos una idea de la realidad. Sin embargo, este momento congelado con una imagen o un dato, a menudo representa solo eso: un breve momento que aspira a representar una realidad más promisoria.

Pero detrás de esa realidad representada se esconde otra realidad, mucho más compleja, mucho más desconcertante, y mucho más interesante que solo empieza a ser percibida una vez nos empezamos a preguntar quiénes son aquellos detrás de las fotos (Foto No. 2).  Alguna vez, al ver este tipo de imágenes te has preguntado, ¿quién es y qué quiere aquel quien toma  la foto?

 

Foto No.2: Secuencias de fotos detrás de la foto tomada a la Armada Nacional y que ilustra la portada de la Noticia. Archivo del autor (septiembre 6 de 2015)

Llamo esta lógica perversa porque tanto las fotos como los datos muy pocas veces nos invitan a preguntarnos quién es aquel que captura la imagen o qué es aquello que no queda capturado en la imagen.

Detrás de cada una de estas fotos siempre está la realidad del fotógrafo y la de los sujetos fotografiados, y tanto fotos como cifras en un papel, encierran solo eso, un momento, una representación de esa realidad tan particular mediada por un sin fin de circunstancias y agentes que participan en su construcción –en el caso de la foto, empezando por la presencia de la cámara y lo que ella despliega a su alrededor–.

El error a menudo consiste en asumir esos datos y cifras, esas fotografías como aquello que encierra y representa la realidad en el territorio, la realidad de la comunidad, la realidad de lo rural.  La impresión que este tipo de contacto con la imagen o el dato genera en el lector desprevenido es igualmente perversa. Aquel para quien el campo sigue siendo el último espacio imaginado, para quien desde el cómodo escritorio o el despacho de su oficina se dedica a proponer fórmulas para la eliminación de la pobreza o la inequidad rural sin haberse ensuciado los zapatos en el barro de las complejidades queofrece este contexto. Para quien sigue circunscribiendo al campo y lo rural como último espacio rezagado de la modernidad, o a los campesinos

Foto 3: En la misma escena un grupo de jóvenes campesinas tomando sus propias fotos. Archivo del autor (septiembre 6 de 2015) 

y su entorno como simples agentes pre-modernos que desarrollan sus actividades en el marco de relaciones pre capitalistas de producción.

Aquella que en el discurso mismo posiciona lo rural como espacio marginado para justificar con ello su intervención acrítica y poco reflexiva, asumiendo la autoridad de afirmar como un hecho cierto o incontestable la foto o el dato expuesto.

Nada más alejado de la verdad, porque es precisamente donde termina la foto o el dato que empieza la realidad a la que pretendo aludir.  Al preguntarme sobre las complejidades inherentes en esa exposición mediática de las comunidades veo en la acción de la fotografía un proceso mediado por un sin fin de relaciones en donde participan agentes humanos y otros no humanos, en donde las nuevas tecnologías modifican y median las relaciones. Es llamar la atención, a quienes todavía mantienen la visión simplista de lo rural como atrasado e ignorante, de que por ejemplo, los campesinos, y en este caso, las mujeres campesinas jóvenes, también usan celulares, también retratan y toman fotos, también participan de formas complejas en la generación de conocimientos y realidades virtuales y materiales (Foto 3)

Una mirada que busca comprender las complejidades de las relaciones en lo rural, debe observar con interés todo este tipo de dinámicas, consiente de las inmensas contradicciones en la interacción entre comunidades e instituciones, de los puntos ciegos que plantea este tipo de interacción; debe resistir prescripciones simplistas, desechar teorías o desaprenderlas para volver a contemplar la ambivalencia y complejidades inherentes en este tipo de estas relaciones. 

En esta escena particular, que se describe en la secuencia de fotos (Foto No. 2), deberá por ejemplo, preguntarse por las condiciones sociales e históricas de esta relación entre campesinos y militares, el temor que todavía se levanta en las personas de la comunidad el ver un camuflado, el uso de tecnologías como la cámara por parte de los uniformados para registrar su acción pidiéndole a los campesinos que levanten los brazos con un gesto de felicidad, el rol de las jóvenes quienes tras bambalinas igualmente fotografía la escena (Foto No. 3), y claro, deberá también dar cuenta de la posición e intencionalidad del investigador tomando las fotos! Pues sí, la academia es todo menos ajena a la escena, e igualmente participa en la generación de fotos y datos que en no pocas ocasiones ofrecen versiones simplificadas e igualmente acríticas frente a las relaciones complejas o contradictorias que con sus reportes, artículos e informes produce.

Mi invitación es a complejizar esta realidad con una mirada más allá de la foto.  En primer lugar combatiendo el efecto “resultadista” tan dominante en la interacción entre la lógica institucional y la lógica de las comunidades.  Perder el miedo a que los planes y proyectos constantemente terminen siendo reformados o ajustados por las condiciones en terreno, por las preocupaciones y necesidades de la gente, por sus formas y lógicas propias. Hacer un ejercicio de honestidad extrema y plasmar las inmensas contradicciones inherentes a los procesos, en lugar de eliminarlos de reportes e informes. Debemos estar capacitados para entender y convivir con las diferencias de concepción frente al tiempo, y tener la capacidad de justificarlo frente a agencias o instituciones financiadoras.

Igualmente, con nuestra intervención debemos propiciar un diálogo horizontal entre saberes y experiencias, en donde el conocimiento tradicional pueda dialogar en igualdad de condiciones con el conocimiento teórico o técnico y no termine el primero siendo re-apropiado o condensado en una nueva fórmula conceptual, y si esto no es posible, debemos a lo menos  propiciar por espacios para el reconocimiento de aquello en lo que somos diferentes y generar formas creativas en donde se estimule el diálogo e interacción.

Finalmente, en un escenario hacia el post conflicto, como el que se abre, se requiere plantear nuevas formas de comprender la realidad en lo rural que rompa con los silogismos tradicionales que hasta ahora hemos usado para entender y describir el campo y sus conflictos, por ejemplo, en relación con sus formas de producción: capitalista vs pre capitalista, en términos de desarrollo: modernidad vs. pre modernidad, o en relación con el poder político: élites terratenientes vs. campesinos sin tierra. Como lo afirmara Arturo Escobar hace unos días “no podemos pensar en el posconflicto con las mismas categorías que generaron el conflicto”.

De no ser así seguiremos contemplando la fotografía y el dato como la única realidad a la que tenemos acceso y seguiremos reproduciendo los efectos perversos de este tipo de intervención.

Quiero terminar con una anécdota que ayuda a contextualizar lo que hasta ahora he dicho. En la comunidad con la que hace años trabajo, Acción contra el Hambre realizó una intervención en el año de 2010.  Su objetivo era dotar a la comunidad de herramientas y tecnología que agregara valor añadido a su producción de maíz, permitiendo que el maíz recogido se vendiera ya desgranado o se almacenara en un galpón para comercializarlo luego, cuando el precio fuese más favorable. Se decidió construir un galpón para almacenar el maíz y se entregó a la comunidad una trilladora para procesarlo. Una estrategia razonable, que ante los ojos de la institución, y desde la nitidez conceptual y de acuerdo a las prescripciones hechas sobre la producción de cultivos de pancoger tenía pleno sentido.  Sin embargo dicha intervención nunca se concertó con la comunidad, no se trabajó entorno a definir junto con ellos cuáles eran las necesidades prioritarias (agua potable, letrinas, solo por mencionar algunas que la comunidad hoy aun no resuelve). Tampoco se discutió para qué o el porqué de la trilladora o el galpón, cuál sería el plan de manejo y administración, o cuáles eran los beneficios que se buscaban con el proyecto. Igual, la comunidad de muy buen agrado recibió el galpón y la trilladora.  La intervención se vio como exitosa desde ambos lados. Hoy ya hace más de 5 años que la trilladora sigue en el galpón, no se ha usado una sola vez.  Le falta una pieza para ponerla o andar, dicen algunos, les da miedo usarla pues ello generaría disputas y peleas entre ellos, dicen otros, o simplemente no hay maíz suficiente para echarla a andar. Hoy el galpón es la vivienda de uno de los campesinos de la comunidad, y la trilladora esta arrumada entre picos, cables y palas.  

Ahora cabe preguntarse, después de 5 años, ¿qué efecto generó la trilladora y el galpón?, ¿para quién fue el beneficio?, ¿cuántos de los 82.624 personas reportadas en los datos de Acción contra el Hambre que recibieron beneficios en 2014 podrían ser parte de mi comunidad? ¿Cuántas historias de trilladoras y galpones se repiten una y otra vez en este tipo de interacciones?

 

Foto No. 4: La trilladora de Maíz entregada por Acción contra el Hambre en 2010. Archivo del autor (septiembre 6 de 2015) 

Criticas y comentarios:

sergiolatorre@uninorte.edu.co


[i] El autor quisiera agradecer la colaboración de los asistentes de investigación: Franklin Martínez y Karla Soto por su invaluable colaboración y compromiso.