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Manuel Eduardo Moreno Slagter

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ACERCA DE MÍ Arquitecto con estudios de maestría en medio ambiente y arquitectura bioclimática en la Universidad Politécnica de Madrid. Decano de la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte. Defensor de la ciudad compacta y densa, y de las alternativas de transporte sostenible. Coleccionista de música.

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En la puerta del horno

De nuevo habrá que hacer un llamado a la precaución, a la solidaridad; a ver si valoramos lo que de verdad importa.

Parece que por fin va tomando ritmo la administración de las vacunas contra la covid -19 en nuestro país. Hasta el 23 de marzo, Colombia mostraba una tasa de vacunación acumulada de 2.43 dosis por cada cien personas, la mejor entre los países bolivarianos, exceptuando a Panamá, que tiene desafíos logísticos mucho menores que los nuestros, y a Venezuela, que por supuesto no ofrece datos de ningún tipo, pero que no parece dar señales de tener un programa de vacunación funcional. Aunque todavía lejos de las tasas que han logrado los países más desarrollados, entre los cuales destaca la notable gestión de Israel y los Estados Unidos, nuestro desempeño se enmarca dentro de lo esperado, sin mayores sorpresas positivas o negativas, dados nuestros limitados recursos y niveles de organización. Sin embargo, poco a poco y con grandes esfuerzos, vamos superando la pandemia.

Esas buenas noticias se ven empañadas por la irrupción de la denominada tercera ola, que empieza a notarse con fuerza especialmente en los departamentos del Magdalena, Antioquia, Valle del Cauca y el Atlántico. El período de vacaciones de Semana Santa despierta justificadas inquietudes, anticipando un mayor relajamiento de las medidas de precaución que todavía tenemos que practicar. De manera predecible, desde el anuncio del proceso de vacunación, las personas —y también las autoridades— comenzaron a bajar la guardia ante los esperanzadores anuncios que permiten entrever el final de todo este embrollo, dejándose llevar por un justificado pero imprudente entusiasmo.

Así, con más gente en la calle, más reuniones y más eventos, los números de contagiados y hospitalizados, la ocupación de las unidades de cuidados intensivos y los fallecimientos, empezaron a dispararse. Es un fenómeno global, que ha afectado a muchos países, sin que sea tan importante su grado de desarrollo ni de civilidad: Alemania, Polonia, Francia e Italia han tenido que volver a los esquemas de hace unos meses, imponiendo cuarentenas y suspendiendo actividades que estaban siendo permitidas, ralentizando nuevamente el regreso a las condiciones de normalidad. Nadie parece salvarse.

Después de más de un año de sobresaltos y dificultades, resulta difícil de entender que todavía haya un buen número de personas que no parece tomarse en serio los riesgos que asumen, mucho menos los riesgos que sus comportamientos le imponen a los demás. Desde que todo esto comenzó, he comprendido las tribulaciones de quienes necesitan salir a la calle para poder trabajar, no juzgo a quienes lo hacen, les toca, no tiene mayor opción: está claro que en esta pandemia el privilegio no es poder salir, sino poder quedarse en la casa. Por eso, no puedo justificar a aquellos que se arriesgan voluntariamente para asistir a una fiesta o a una reunión, o que salen de vacaciones a alguna parte, comportamientos absolutamente evitables y prescindibles.

Ahora que las vacunas ya están disponibles, exponerse por esas trivialidades resulta cuando menos impudente. Falta muy poco. De nuevo habrá que hacer un llamado a la precaución, a la solidaridad; a ver si valoramos lo que de verdad importa. Que no se nos olvide que en la puerta del horno se quema el pan.

Fotografía tomada de https://www.unsplash.com

Publicado en El Heraldo el jueves 25 de marzo de 2021