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Hace 66 millones de años un asteroide alteró para siempre la vida en la Tierra. Tras analizar más de 50 000 granos de polen y 6000 hojas fósiles investigadores colombianos demostraron los cambios que sufrieron los bosques tropicales luego de ese cataclismo.
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Por Pablo Correa Torres

pablocorreatorres@gmail.com

Primero, y antes de intentar explicar el viaje en el tiempo que emprendieron unos cuantos investigadores colombianos para entender cómo se formaron los bosques tropicales actuales, repasamos una noticia de hace 66 millones de años.

Aquí va: En la época en que por aquí merodeaban todo tipo de dinosaurios, hace 66 millones de años, un asteroide se estrelló contra la Tierra. El punto exacto del impacto ya lo conocemos: la península de Yucatán. Esa paradisíaca costa de México que hoy invaden millones de turistas en busca de 

playa, sol y margaritas en algún momento la rozó una gigantesca bala de hierro galáctica que alteró para siempre la vida de los animales y plantas. A la bala los científicos la llaman hoy Chicxulub.

¿Cómo nos enteramos de esa noticia que aconteció hace tanto tiempo? En 1977, dos físicos, Luis y Walter Alvarez, padre e hijo, estudiaban en Italia capas de piedra caliza. Un detalle despertó su curiosidad: una capa de arcilla roja interrumpía el color de la piedra en el punto que correspondía a la época en que se extinguieron los dinosaurios. Es decir, hace 66 millones de años para ser exactos. Luego de algunos análisis detectaron que esa arcilla contenía 600 veces más iridio de lo normal. Los dos físicos sabían que donde hay iridio hay hierro y que la única fuente común de ambos elementos químicos son los meteoritos, asteroides y cometas. Huevo es gallina lo pone...- Fue cuestión de tiempo y esfuerzos de otros científicos para que se despejaran las dudas: hace 66 millones de años un meteorito se estrelló contra la Tierra provocando un cataclismo que se llevó por delante a los reyes de la época: los dinosaurios. Pero no sólo a ellos...


Viaje al pasado de los bosques tropicales

Carlos Jaramillo, paleontólogo colombiano, investigador del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en Panamá y profesor honorario de la Universidad del Norte, sabía sobre este asunto del meteorito y la extinción masiva de especies desde que era estudiante de geología en la Universidad Nacional a principios de la década del noventa. En su memoria todavía está fresca la impresión que le causó un artículo escrito por su colega Germán Alonso Bayona refiriéndose a lo que técnicamente ellos llaman “el límite K/Pg”, el límite Cretácico-Paleógeno, un periodo geológico que corresponde a los cambios que desató ese bólido con iridio extraterrestre hace 66 millones de años. Jaramillo no se olvidó nunca de ese evento. Se fue a estudiar un doctorado, trabajó buscando petróleo durante algún

tiempo para Ecopetrol, descubrió la serpiente Titanoboa con otros colegas en la mina del Cerrejón, y cuando se vinculó al Instituto Smithsonian volvió a hacer ciencia básica para responder una pregunta que lo seguía retando: ¿cómo eran los antepasados de los bosques tropicales? Porque con el meteorito no solo se extinguieron los dinosaurios, se produjo una extinción del 70% de especies animales y el 40% de las plantas. Encontrar una respuesta le tomó más de 14 años de intenso trabajo, lo obligó a recorrer Colombia desde La Guajira hasta el Amazonas y, por supuesto, trabajar en equipo con otros 20 científicos y científicas. El año pasado en la revista Science publicaron un artículo en el que por fin lograron describir cómo eran los bosques antes y después del impacto del meteorito Chicxulub.
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Reunir 50 000
piezas de polen

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La primera pista para entender cómo eran los bosques tropicales antes de ese accidente fue el polen. Dicen que el diablo está en los detalles y es una premisa que aplica perfectamente para la paleontología. “El polen te da una visión temporal de lo que ocurrió con un ecosistema”, cuenta Carlos Jaramillo desde Francia donde adelanta un año sabático.

El polen es el testimonio microscópico que dejaron los viejos árboles y plantas de su presencia en esta Tierra. Como la pared del polen es resistente a cambios de temperatura extremos y es muy abundante, constituye un archivo natural ideal para los paleontólogos. Una biblioteca diminuta pero precisa de lo que ocurrió con la evolución de las plantas. El polen es simétrico. Su variedad morfológica es impresionante. Puede tener formas circulares, triangulares, hexagonales, con espinas, con formas que parecen verrugas. Jaramillo y sus colegas visitaron 39 diferentes lugares en

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Colombia para recopilar polen y construir una base de datos robusta sobre esa evolución de las especies.

Pero el polen no es suficiente cuando uno quiere viajar en el tiempo y hacerse una idea de cómo eran los tatarabuelos de los bosques tropicales de hoy. “Hace muchos años me di cuenta que el polen no daba toda la información. No nos dice nada sobre los estratos del bosque, sobre los insectos que lo habitan, sobre las afinidades entre familias de plantas”, recalca Jaramillo.

En la época en que trabajó para Ecopetrol conoció a Fabiany Herrera, un paleobotánico que había descubierto hojas fosilizadas en el Cerrejón. “Una hoja fosilizada es un tesoro”, dice Carlos. Esas eran las otras piezas del rompecabezas que necesitaba para reconstruir el bosque tropical antiguo. A esa búsqueda con Fabiany se sumó Mónica Carvalho, hoy investigadora del Instituto Smithsonian y profesora de la Universidad del Rosario.

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Espora de helecho, aislada a partir de rocas de la Formación Guaduas, y vista bajo el microscopio de luz.

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Mónica Carvalho buscando fósiles de plantas en rocas de edad Cretácica.

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Mónica Carvalho y Fabiany Herrera colectando fósiles de edad Paleocena.

Un rompecabezas
de 6000 hojas fósiles


 

Para Mónica una hoja no es una hoja. Una hoja es un universo completo. Cuando cae en sus manos una hoja fósil se fija en la longitud de las venitas que la recorren y su proliferación porque esos detalles le hablan de qué tan eficiente era la planta al transportar agua y azúcares y, por lo tanto, cuanta luz recibía. Los patrones de esas venitas también revelan secretos. O el grosor. Pero hay algo más: los mordiscos que dejaron los insectos. Cada uno deja marcas distintas que, para una buena observadora como ella, es suficiente para hacerse una idea de otros seres con los que comparten el bosque. Todo eso revelan las hojas fosilizadas. El problema es encontrarlas.

Para completar esta investigación las buscaron en la mina del Cerrejón, en el suelo de una parcela en el Amazonas, también en minas de carbón y ladrilleras de Boyacá y Cundinamarca. En total lograron clasificar 6000 hojas fósiles. Una muestra significativa del bosque tropical que conocieron los dinosaurios.

Una de las conclusiones centrales del artículo que publicaron en Science es que los bosques tropicales de hace 66 millones de años eran diferentes a la selva tropical de hoy que luce tan

compacta ante nuestros ojos, dominada por plantas con flores, donde los árboles forman arriba un dosel que no permite que los rayos de sol penetren con facilidad hasta el suelo.

En los bosques que merodearon los dinosaurios, explica Mónica, existía una distribución más equitativa de helechos, plantas con flores y árboles como las araucarias que hoy conocemos. Las muestras de polen indican que en aquella época el 50 por ciento eran helechos, 40 por ciento plantas con flores y el resto eran coníferas a diferencia de los bosques actuales donde el 90 por ciento son plantas con flores.


Collage de hojas fósiles presentadas por los investigadores en el artículo publicado en Science.

Al estar mucho más distantes unas especies de otras, en aquellos bosques la luz se filtraba hasta el suelo. Todo indica también que eran menos productivos en términos del agua que lanzaban a la atmósfera. Las comunidades de insectos también eran diferentes. Las hojas fósiles indican que las distintas especies de insectos tenían predilección por cierto tipo de plantas a diferencia de las comunidades de insectos post-extinción, donde predominaron comunidades de insectos más generalistas.

“Hasta ahora se pensaba que los bosques del cretácico eran iguales a los de hoy. Pero eso que dábamos por sentado no es

así. La evidencia apunta a lo contrario. Pese a que plantas con flores se diversificaron en la era de los dinosaurios, no fueron dominantes hasta ahora y eso ocurrió en el trópico a raíz del asteroide y la catástrofe ecológica”.

Las razones que impulsaron esta transformación en los bosques tropicales no están claras. ¿Eran los dinosaurios unos podadores naturales del bosque y su desaparición les permitió crecer de forma más compacta? ¿O será que los suelos tenían diferentes nutrientes? ¿Será que el impacto de Chicxulub tuvo un impacto diferente sobre especies afectando más a las coníferas, dejando el campo más libre para las plantas con flores?

Estas preguntas, las pistas del polen, los filamentos fosilizados de hojas antiguas, esos mordiscos de insectos milenarios que quedaron estampados en moldes de piedra, la estela de iridio que dejó Chicxulub sobre la piedra caliza de Italia, todo eso llevó a los investigadores a pensar en la contingencia y el azar que marcan el ritmo de la vida en este planeta. En la última línea de su artículo de Science escribieron: “Es notable que un solo accidente histórico alteró la trayectoria ecológica y evolutiva de las selvas tropicales, lo que en esencia desencadenó la formación del bioma más diverso de la Tierra”.

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Fragmento de hoja fósil de la Formación Guaduas, con una edad entre 70 y 66 millones atrás.

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Recreación artística del Cretácico tardío. Tomada del libro Hace Tiempo.

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Recreación artística de insectos herbívoros en el Cretácico.

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Recreación artística de vegetación en el paleoceno. Tomada del libro Hace Tiempo.

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Recreación artística de insectos herbívoros en el Paleoceno

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