Secretos que arrastra 

Secretos que arrastra 

el Magdalena

el Magdalena

el Magdalena

Una mirada al ecosistema más amenazado del país, y al trabajo que realizan investigadores nacionales y extranjeros para comprender y conservar mejor sus últimas hectáreas de vegetación y biodiversidad en la región.

Por Pablo Correa Torres
Periodista
medinamm@uninorte.edu.co

Juan Camilo Restrepo recurre a una analogía familiar para explicar su tarea como investigador:“Cuando usted va al médico porque tiene unos padecimientos, pero no sabe qué es, le toman muestras de sangre y orina. Porque ahí van las señales del cuerpo humano. Ese mismo papel de las venas y del sistema urinario lo cumplen los ríos. Todo lo que pasa en el suelo, con la industria agrícola, con el ganado, la deforestación, la contaminación, llega a los ríos”.

El río Magdalena, su obsesión cuando estudió una maestría en Ciencias de la Tierra en la Universidad Eafit, luego cuando completó un doctorado en Uninorte,y ahora como miembro del grupo de investigación en Geociencias, arrastra en sus aguas marrones señales del estado de salud de Colombia. El río Magdalena nace en el Páramo de las Papas, a una altura de 3685 metros y recorre un vasto territorio, unos 1612 kilómetros en el que está asentada el 70 % de la población colombiana, antes de descargar sus secretos sobre el Mar Caribe. Juan Camilo lo describe como “un gigante poco estudiado”. Cada año cientos y cientos de estudios sobre el río Mississippi, el río Amazonas, el río Yangtsé, inundan las revistas científicas. Al río Magdalena muy pocos le dedican su atención.

UN DÍA DE BARCO, PARA RECOLECTAR MUESTRAS EN LA DESEMBOCADURA, PUEDE COSTAR MÁS DE CINCO MILLONES DE PESOS. COMPLETAR UNA SERIE DE DATOS DURANTE VARIOS AÑOS, CON MUESTRAS DIARIAS, QUEBRARÍA EL BOLSILLO DE CUALQUIER INVESTIGADOR COLOMBIANO.

Un solo dato debería servir para balancear el interés en este “gigante”. El río Amazonas descarga alrededor de 900 millones de toneladas de sedimentos cada año sobre el océano Atlántico frente a las costas de Brasil. El río Magdalena arrastra en sus turbias aguas una séptima parte de esa cantidad, alrededor de 143 millones de toneladas, que arroja al mar Caribe desde Bocas de Ceniza. La diferencia es que el Amazonas hace esta descarga a través de una desembocadura de 134 kilómetros de ancho. El río Magdalena en tan solo 600 metros.

 

Ana Carolina Torregroza realiza mediciones de parametros físicos y sedimentológicos en el río Magdalena, a la altura de Calamar.

El trabajo de Juan Camilo y sus colegas Luis Otero y Oscar Álvarez, se ha concentrado en entender la dinámica de desembocaduras y estuarios. Quieren conocer mejor los cambios que provocan millones de decisiones y acciones de los colombianos, desde la minería hasta la agricultura a lo largo de la cuenca, “intervención antrópica” como ellos la llaman, pero también una fuerza de cambio mayor, el cambio climático, sobre estos ecosistemas. En 2016 analizaron el transporte de sedimentos en suspensión de dos décadas para entender mejor cuánto está variando la descarga del río sobre el Caribe.

Al año siguiente publicaron otro trabajo sobre la carga de sedimentos de siete ríos en Colombia para proponer una nueva visión sobre la variabilidad y los flujos hacia el Mar Caribe. Este año publicaron los resultados de una investigación sobre la dinámica de estuarios y sedimentos en la que encontraron que la concentración de sedimentos suspendida del río Magdalena es “del mismo orden que el informado para los estuarios Yangtze y Amarillo, clasificados como los que tienen los valores de sedimentos suspendidos más grandes del mundo”.

“A raíz de estos trabajos fuimos contactados para una red global, el Global River Observatory”, cuenta Juan Camilo. Bernhard Peucker-Ehrenbrink, del Departamento de Química Marina y Geoquímica del Woods Hole Oceanographic Institution, en Estados Unidos, le propuso unirse al grupo de investigadores que están recolectando datos de 18 grandes cuencas hidrográficas, entre ellas el Amazonas, Congo, Danubio, Ganges, Kolimá, Lena, Mackenzie, Obi, Yangtze, Yeniséi, Yukon. La misión del observatorio es clara: “Avanzar en la comprensión de cómo el cambio climático, la deforestación y otras perturbaciones están afectandola química de los ríos y los vínculos tierraocéano.

Este conocimiento es vital para rastrear la salud de las cuencas hidrográficas de la Tierra y para predecir cómo los ciclos químicos y de agua de la Tierra cambiarán en el futuro”. Con una población humana acercándose a nueve mil millones de personas ese conocimiento resulta más vital que nunca. Cualquier perturbación puede traducirse en un cambio de destino para millones de seres humanos.

No es fácil arrancar secretos al río Magdalena. Es dispendioso. Y costoso. La estrategia más directa, que consiste en tomar muestras periódicas de agua en distintos puntos del río y analizarlas en un laboratorio químico, resulta problemática. Un día de barco, para recolectar muestras en la desembocadura, puede costar más de cinco millones de pesos. Completar una serie de datos durante varios años, con muestras diarias, quebraría el bolsillo de cualquier investigador colombiano.

Para salvar ese obstáculo, una estudiante del doctorado Ciencias del Mar de Uninorte, Ana Carolina Torregroza, ha concentrado su esfuerzo y talento en encontrar métodos alternativos y más baratos, para captar información de la desembocadura del río. Aunque suene paradójico, alejarse del río resultó más fácil que intentar acercarse. A más de 643 kilómetros sobre la Tierra, Modis, un satélite del tamaño de un autobús escolar que se lanzó el 18 de diciem bre de 1999 y continuará dando vueltas encima de nuestras cabezas hasta 2020, aporta imágenes de acceso gratuito que contienen información sobre cada rincón de la Tierra, y, por supuesto, sobre el río Magdalena. Modis rastrea una variedad más amplia de los signos vitales de la Tierra que cualquier otro sensor. Captura 36 bandas espectrales.

Las muestras del río se usan para medir nitratos, fosfatos, oxígeno disuelto, metales pesados e isotopía, así como carbono orgánico e inorgánico.

“Intentamos ver la calidad del agua a través de las imágenes”, explica Ana Carolina. La cantidad de clorofila que arrastra el río, la salinidad, la concentración de sedimentos suspendidos, la temperatura, todas esas son variables que pueden medirse de manera indirecta a partir de las imágenes. Del mismo modo que alguien podría deducir la composición de una sopa a partir de una serie de fotografías tomadas con regularidad. Así es como Ana Carolina y Juan Camilo estudian ahora el río Magdalena.

“Con limitaciones de recursos es complicado usar métodos tradicionales. De ahí la importancia de las imágenes satelitales. Con eso tenemos un panorama mucho más amplio en el tiempo. Tenemos información día a día. Una limitación es que los satélites solo nos proporcionan información de la superficie del río. No de toda la columna de agua”, se lamenta Ana Carolina. Más allá de las limitaciones este método, sumado a los muestreos ocasionales que pueden llevar a cabo, les permite entender dos de los principales impactos del río: la sedimentación y la erosión. Dos fenómenos que tocan las fibras más sensibles de la economía de la costa Caribe. La sedimentación afecta la navegabilidad del río y tiene un impacto directo sobre el puerto. La erosión va degradando las playas y línea costera en una región que se alimenta del turismo nacional e internacional. Hasta hoy, y desde hace más de un siglo, la ignorancia y falta de datos han llevado a los gobiernos a tomar decisiones torpes una vez tras otra. El episodio más reciente, cuenta Juan Camilo, fue el dragado para profundizar el canal desde los 9 hasta los 12 metros. Durante tres meses se invirtieron varios cientos de millones de pesos en esa tarea. Y cuando estuvo finalizada, el río se encargó de borrar todo en menos de un mes. “Necesitamos la ciencia y estos datos para tomar decisiones más técnicas y sustentadas en torno a problemas en la desembocadura”, comenta Juan Camilo, “la naturaleza de una desembocadura es cambiar. Lo constante es el cambio”.