Por María Margarita Mendoza
Periodista
medinamm@uninorte.edu.co

Investigación asociada al grupo de investigación en Química y Biología.

En los bosques húmedos y secos del interior del país, los cambios físicos de algunas aves dan pistas de las causas que han propiciado la amplia biodiversidad nacional.

¿Qué sucedería si de pronto ya no reconoces el canto de los machos de tu especie, el tamaño de sus picos, o el colorido de su plumaje? El biólogo de Uninorte Juan Pablo Gómez Echeverri se hace preguntas como estas para entender las sutiles pero implacables formas en que el clima afecta la evolución y el futuro de las aves; y Colombia ha sido el laboratorio escogido para averiguarlo.

A pesar de estar a una distancia muy corta una de la otra, las zonas del Alto y Medio Magdalena guardan grandes diferencias climáticas. La primera, que abarca los departamentos de Huila y Tolima, cuenta con fragmentos de bosque seco tropical, ecosistema donde las temperaturas superan los 38 grados centígrados y la flora se ha adaptado a extensos períodos de sequía. Mientras que la región del Magdalena Medio (ubicada entre los departamentos de Antioquia, Boyacá, Caldas y Santander) está forrada por un ecosistema de bosque húmedo, donde la constante presencia de lluvias provenientes del Pacífico colombiano garantiza una vegetación abundante, árboles más altos y frondosos y un clima templado.

Otra particularidad del valle Alto y Medio del Magdalena es su gran variedad de fauna; un ejemplo claro son sus aves: más de 500 especies se han adaptado para vivir entre sus dos ecosistemas sin inconvenientes. El que los individuos de una misma especie pudieran adaptarse en ambos climas llamó la atención del biólogo Juan Pablo Gómez Echeverri, quien en 2012 lideró una investigación en esta zona; allí recorrió sus bosques de sur a norte, estudiando sus aves para conocer qué factores propician la gran biodiversidad de esta región y de Colombia en general.

La biodiversidad de los bosques colombianos

Al hablar de biodiversidad, Colombia ocupa el segundo lugar en el mundo. Su gran número de organismos vivos lo ubican justo después de Brasil, a pesar de que cuenta con 7374 millones de kilómetros cuadrados menos de extensión. Datos del Instituto de Investigación Alexander von Humboldt, revelan que buena parte de esa diversidad se debe a sus aves, de hecho, el país ostenta el primer lugar en este aspecto con más de 1909 especies (según datos publicados en la Lista de chequeo de las aves de Colombia: una síntesis del estado del conocimiento desde Hily & Brown, en 2017). Pero ¿qué factores causan tal variedad y hacen al país tan privilegiado? Para Gómez, la respuesta estaría vinculada a la variación de las lluvias.

El experto, quien también es doctor en Biología por la Universidad de la Florida, afirma que distintos estudios han intentado explicar las causas de la biodiversidad de un país, pero han sido contados los que vinculan la diversidad de fauna y flora con la influencia de las precipitaciones. Su hipótesis es que justamente este factor ha moldeado los ecosistemas de bosque seco y húmedo en el área del Alto y Medio Magdalena, pues los prolongados meses de sequía en unos departamentos, y las excesivas lluvias en otros, han hecho que los animales y las plantas desarrollen diferentes mecanismos de adaptación. Encontrar una posible relación entre lluvias y diversidad de las aves fue lo que motivó al experto, y a otros nueve colegas nacionales y extranjeros, a internarse por varios meses en los bosques del centro del país; donde en un terreno de aproximadamente 46 000 km2 conviven centenares de especies de aves.

“La región del valle Alto del Magdalena naturalmente recibe pocas lluvias debido a la altura de la cordillera central, mientras que el valle Medio recibe lluvias intensas. De esta forma se crea una región en donde las precipitaciones cambian en una distancia geográfica muy corta. Esto nos permitió estudiar cómo estas condiciones naturales afectan la diversidad de aves”, indicó Gómez, quien también es profesor del departamento de Química y Biología de la Universidad del Norte.

Cazar nidos y medir aves

La investigación requirió de un proceso minucioso y dedicado de recolección de datos. Entre 2012 y 2014, Gómez y sus colegas exploraron los bosques secos y húmedos del centro del país, ubicados en nueve municipios. La travesía inició en la hacienda Bateas en el municipio de Villavieja, el punto más seco de todo el recorrido por su cercanía al desierto de la Tatacoa, donde las temperaturas pueden superar los 40 grados. Continuaron por Girardot, Armero, Mariquita, algunas fincas en municipios de Caldas y Santander, para finalizar en Remedios (Antioquia), donde el clima es más moderado: no supera los 32 grados, pero las abundantes lluvias hacen que los árboles formen un ecosistema totalmente distinto, más verde.

El equipo tardaba una semana en cada punto, haciendo conteos de las aves propias de la zona y sus características. “Caminaba en los bosques por las mañanas hasta encontrar espacios cerca de quebradas o colinas, donde no hubiese rastro de alteraciones generadas por la ganadería u otras actividades humanas. Una vez encontraba el lugar ideal, aguardaba en silencio durante 10 minutos, detectando y anotando todas las especies que veía o escuchaba en un radio de 50 metros”, describió Gómez sobre sus jornadas diarias.

Mientras tanto, otros investigadores capturaban diferentes especies para medirlas y pesarlas, comparando el tamaño de sus picos, la longitud de sus cuerpos y extensión de sus alas. También hacían análisis de los nidos y los huevos que contenían, buscando pistas que les condujeran a entender cómo el clima de las distintas zonas visitadas influía en las aves, incluso antes de que estas nacieran. Para ello colocaron pequeños termómetros digitales en los nidos, que registraban su temperatura cada minuto, comparándola con la del ambiente.

“Encontramos que en las zonas de bosque seco la temperatura ambiental es más variable, pero sus aves están regulando su propia temperatura para impedir que esta varíe tanto como la del entorno, que puede alcanzar los 40 grados. Tal calor puede poner en peligro la supervivencia de los pichones y los huevos en el nido”, explicó el biólogo.

El impacto del clima sobre los nidos fue confirmado cuando otros estudios científicos reportaron que temperaturas por encima de los 40 grados resultan letales para los huevos, e incluso, si esta se mantiene en 39 grados durante varios días, puede causar una disminución en el crecimiento de las aves. Este hallazgo les permitió plantear que el clima es un factor determinante para la supervivencia y el desarrollo físico de las especies, en especial para aquellas que habitan en bosques secos.

“Las condiciones climáticas hacen que las especies que no están adaptadas a las temperaturas extremas no puedan persistir en estas regiones. Esto nos provee una explicación sobre por qué las aves del bosque seco son diferentes a las de su misma especie que viven en el bosque húmedo en esta región de Colombia, incrementando así su diversidad”, indica Gómez.

Las características climáticas de estas zonas permitieron el desarrollo de la investigación, puesto que el Alto Magdalena, que abarca los departamentos de Huila y Tolima, cuenta con fragmentos de bosque seco tropical (en color rojo). Mientras que el valle del Magdalena Medio, ubicado entre los departamentos de Antioquia, Boyacá, Caldas y Santander, tiene un ecosistema de bosque húmedo tropical (en color azul).

En esta región habitan más de 500 especies de aves.

ENCONTRAR UNA POSIBLE RELACIÓN ENTRE LLUVIAS Y DIVERSIDAD DE LAS AVES FUE LO QUE MOTIVÓ AL BIÓLOGO JUAN PABLO GÓMEZ ECHEVERRI, Y A OTROS NUEVE COLEGAS NACIONALES Y EXTRANJEROS, A INTERNARSE POR VARIOS MESES EN LOS BOSQUES DEL CENTRO DEL PAÍS.

Los cambios físicos que produce el clima

Con estos resultados en mente, los investigadores quisieron evaluar el efecto de las condiciones climáticas sobre las características físicas de especies que podían vivir en los dos extremos del valle del Magdalena. De 200 especies que avistaron en la zona, se concentraron en 10 que habitan tanto el bosque húmedo como el seco. Entre ellas analizaron al trepacocos cacao, conocido científicamente como Xiphorhyncus susurrans, nombre que proviene de las raíces griegas xiphos (espada) y rhyncus (pico), mientras que el epíteto susurrans significa susurro; pero esta no sería la palabra más adecuada para describir su canto, el cual es agudo y sonoro, y en las temporadas de apareamiento se escucha reverberar todo el día entre los bosques.

La especie se caracteriza por su color café claro, que contrasta con las pequeñas plumas de color mostaza en su cabeza, cuello y pecho. Tradicionalmente se ha reportado que el peso de estas aves es de 37 gramos, pero Gómez y su equipo notaron que los individuos de trepacocos que habitaban en las zonas más secas se diferenciaban físicamente de aquellos vistos en el bosque húmedo: los últimos llegaban a pesar hasta 60 gramos. Aunque esta diferencia parece sutil, es una evidencia tangible de cómo los cambios en el clima afectan la apariencia física de las especies; hecho que a su vez tiene repercusiones sobre la biodiversidad.

“Esta diferencia en el tamaño de las aves tiene consecuencias sobre su canto, el cual usan de forma muy consistente para encontrar pareja. Esto puede tener implicaciones a futuro, al promover la formación de nuevas especies, porque si los cantos cambian es posible que las aves pequeñas no reconozcan a las grandes como parte de su misma especie, y viceversa, generando un aislamiento entre las dos poblaciones”, advirtió Gómez.

Otra especie en la que notaron alteraciones físicas fue Galbula ruficauda, también conocida como el jacamar colirufo. En el bosque seco el pico de estas aves puede medir alrededor de 50 milímetros, mientras que en el ecosistema húmedo colectaron aves con picos que solo llegaban a los 35 mm. Gómez interpreta que una de las posibles explicaciones para estas diferencias es que el clima ha influido para que se dé este cambio, dado que las aves regulan su temperatura liberando calor a través de ellos, y en las zonas del Alto Magdalena, donde el calor es constante, los individuos parecen requerir picos más grandes.

Para Gómez, estos cambios físicos pueden deberse a un proceso evolutivo, por lo que estudiar más sobre la influencia del clima en las especies permitirá entender mejor cómo las aves, responden y se adaptan a los cambios del entorno.

“El clima tiene incidencia sobre las características morfológicas, y esas a su vez influyen en cómo se reconocen los miembros de una especie. A futuro, estos individuos se van a cruzar menos, se reproducirán menos, y eso naturalmente llevará a que se formen dos especies nuevas, y cada una se adaptará bien a su entorno, dando lugar a una mayor biodiversidad en los ecosistemas del país”, destacó el investigador.

Aunque la investigación ofreció nuevas pistas sobre la influencia del clima en la biodiversidad de las aves, el análisis de los datos no se detiene. Ahora Gómez y sus colegas continúan interpretando los datos recopilados hasta 2014 para entender los cambios físicos en otras especies presentes en el valle Alto y Medio del Magdalena. Insisten en que este tipo de estudios también pueden aplicarse a otras especies de animales y zonas del país; y así identificar cómo estos han cambiado físicamente respondiendo a las variaciones de los ecosistemas, e incrementando así la biodiversidad nacional.