Un grupo de investigadores del Instituto de Estudios en Educación –IESE– y de Ingeniería de Sistemas de la Universidad del Norte se sumergió en miles de datos de Medicina Legal para comprender la violencia física y sexual contra menores de edad de la región norte de Colombia. El abuso sexual hombre a hombre, y las agresiones contra niñas y niños migrantes venezolanos son dos problemáticas ocultas que aborda el estudio.

Carolina Gutiérrez
Por Carolina Gutiérrez
carogtorres@gmail.com

“Cuando el bebé tenía unos dos meses de edad, su padre le quitaba el pañal y le frotaba el pene hasta que se le ponía duro y le sacaba fotos. Pensé que esto era normal y tenía las fotos del bebé en el celular”. Estas fueron las declaraciones que una madre le entregó a Medicina Legal, frente al presunto abuso sexual contra su hijo. Su testimonio hizo parte de un grueso paquete de información que esa institución compartió con profesores de la Universidad del Norte, con el objetivo de investigar la violencia contra niños, niñas y adolescentes en la región norte del país –departamentos de Atlántico, Bolívar, Magdalena, Sucre, Guajira y San Andrés– y proponer estrategias de prevención. El maltrato afecta el desarrollo cognitivo, social y emocional de las víctimas. Si no se atiende, puede congelar la vida de quienes lo padecen, acabar con la idea de futuro.

Entre los miles de casos de maltrato y abuso que estudiaron, este se quedó grabado en la memoria de una de las investigadoras principales, la profesora Elsa Escalante Barrios, doctora en Ciencias Humanas. “Este caso es mortal porque encierra otras problemáticas: la violencia al interior de la misma familia, el temor a denunciar y romper los lazos”, dice la docente. Junto a ella, en esta investigación estuvieron las profesoras Sandra Patricia Ferreira-Pérez, Carmen Ricardo, María del Mar García-Vita y Daladier Jabba, integrantes de los grupos de investigación Cognición y Educación, Informática Educativa y Redes de Computadores e Ingeniería de Software GReCIS.

Este estudio partió de un análisis descriptivo de 3790 casos de violencia física y sexual contra niños, niñas y adolescentes, reportados ante Medicina Legal en los años 2017 y 2018.
“Fue un proyecto bastante retador porque era un análisis secundario de datos. Haciendo la limpieza de datos nos encontramos con sorpresas, con unas preguntas emergentes”, dice Elsa Escalante.

El punto de partida fue la violencia física y la violencia sexual. Ambas comparten un elemento: son ejercidas, principalmente, por familiares. Si nos concentramos en el maltrato físico (del que se estudiaron 828 casos), podemos decir que las victimizaciones ocurrieron principalmente contra niñas (54,7%). Que el rango de edad con más casos fue entre los 12 y 18 años. Que en más de la mitad de los casos el agresor (que era un familiar o un cuidador) convivía con la víctima. Que la mayoría de niños y niñas fueron atacadas con un objeto contundente en su piel. Que más de una tercera parte de los casos se presentaron en el departamento del Atlántico. Y que el domingo fue el día con más casos reportados.

En la radiografía de la violencia sexual (2761 casos estudiados), se encontró que la mayoría de casos están concentrados en Atlántico y Bolívar. Que las mujeres representaron la gran mayoría de víctimas (85,3%). Que el rango de edad más afectado fue entre los 12 y 18 años. Que los hombres fueron agredidos principalmente por conocidos y las mujeres, por familiares. Que los hombres son los victimarios más recurrentes (casi en el 96% de los casos), aunque entre los menores de 0 a 6 años las mujeres fueron las responsables en una de cada 10 agresiones. Que son más frecuentes los casos en los que las niñas convivían con su victimario, en comparación con los niños. Que existe un enorme subregistro de estos casos y, aún más, cuando la víctima es un hombre.

Hallazgos

“En el caso del papá que fotografiaba a su hijo, la denuncia puede convertirse en un problema familiar. Si denuncias al papá, además de violador, le estas diciendo homosexual. Tiene una doble carga moral”, dice la profesora Elsa Escalante. “El gran problema transversal de todos los casos es el subreporte. ¡Cuánto le cuesta a la sociedad colombiana hacer denuncias de abuso y maltrato en los contextos de machismo que vivimos!”, apunta. Precisamente aquí entra en juego otra de las principales conclusiones de este estudio: el machismo, y los roles culturales y sociales asignados a la masculinidad hegemónica, no solo son desencadenantes de la violencia sexual, sino que son el gran combustible de la falta de denuncia.

Cuando los investigadores se sumergieron en la enorme cantidad de datos e información que les proporcionó Medicina Legal (gracias a una alianza investigativa), fueron emergiendo unas realidades complejas y silenciadas que la academia había explorado poco. Por ejemplo, la violencia de pareja en adolescentes que, según esta investigación, responde a “procesos de transmisión intergeneracional de la violencia”.

Sobre esta cara de la violencia, se estudiaron 201 casos. Se encontró que todas las víctimas tenían entre 12 y 18 años, y la gran mayoría eran mujeres. Siete de cada diez casos se presentaron en Atlántico, Bolívar o Magdalena.
Violencia de pareja en adolescentes
El domingo fue el día más crítico. El 40% de los casos ocurrieron en la propia vivienda de la víctima. El 57% de las mujeres convivía en unión libre. Cuatro de cada cinco mujeres víctimas habían experimentado maltrato previo. En el 38% de los casos el agresor era una expareja. Entre las mujeres, el agresor casi universal fue un hombre. Y en la mayoría de los casos se usó un objeto contundente o mecanismo múltiple, para el ataque.

“La violencia entre parejas adolescentes tiene un componente cultural muy importante. Cuando estas relaciones no son abiertamente aprobadas por los padres, se desarrolla una relación en secreto, lo que representa un riesgo. Si te sucede algo, ¿a quién se lo cuentas? Las víctimas no saben las rutas de denuncia, y temen hacer público su caso y aceptar frente a la familia que tienen novio, que tienen relaciones sexuales”, señala la profesora Elsa.

Otras dos realidades que emergieron en el camino, y que los investigadores se hicieron el propósito de comprender, fue el abuso sexual de hombre a hombre –como el descrito al comienzo de este artículo–, y la violencia contra niños, niñas y adolescentes migrantes venezolanos.

680 casos de presuntos abusos de hombres perpetrados a hombres menores de edad fueron analizados. La edad media de las víctimas fue de 8 años.

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La violencia sexual contra niños está silenciada. Es cierto que son víctimas en menor medida de estas agresiones: un metanálisis global realizado en 2011 (“A global perspective on child sexual abuse: Meta-analysis of prevalence around the world”), que estudió 217 publicaciones realizadas entre 1980 y 2008, y 331 muestras independientes, demostró que la prevalencia de violencia sexual contra las niñas fue del 18%, mientras que contra los niños fue del 7,6 %. Es cierto, también, que la investigación de esta problemática es escasa y que esto se puede explicar, en parte, por el enorme subregistro que existe.

Los investigadores lo reiteran en varios textos: comportamientos y actitudes sociales y culturales, como el estigma asociado al abuso, la humillación y las amenazas a las familias, son desincentivos para denunciar. Y esto es más profundo en países de ingresos medios como Colombia, “donde la homofobia tiende a ser muy frecuente debido a los ideales culturales de ‘machismo’ y masculinidad hegemónica”, señala el artículo ‘Abuso sexual de niños y adolescentes de hombre a hombre en la Región Caribe de Colombia: un análisis secundario de los reportes de Medicina Legal’.

Que esté silenciada, no se denuncie y no se investigue ampliamente, no significa que no exista. En 2019, una encuesta realizada por el Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia, junto a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), mostró que más de la cuarta parte de los niños y adolescentes entre 13 y 17 años habían sufrido algún tipo de violencia sexual en el año anterior.

En la investigación de la Universidad del Norte se estudiaron 680 casos de presuntos abusos de hombres perpetrados a hombres menores de edad. También se analizaron, cualitativa y cuantitativamente, las entrevistas que Medicina Legal les realizó
a las víctimas y a sus familiares o acudientes. Algunos de los hallazgos: la edad media de las víctimas fue de 8 años. La mayoría de ellos había completado la educación preescolar o primaria (81.3%) mientras el 14,9% no tenía educación formal.
Los familiares de tercer grado fueron los presuntos responsables más frecuentes (primos y tíos, con 27,1%); luego los vecinos, otros conocidos, parientes de primer y segundo grado (padres, padrastros, hermanos, hermanastros, abuelos), amigos de los menores, extraños y profesores. En el 68% de las agresiones, el presunto delincuente supuestamente ofreció dinero a cambio de sexo.

¿Cómo fueron agredidos? La penetración (con el pene, el dedo u otros objetos) fue el acto sexual más frecuente, seguido de las caricias y tocamientos, y sexo oral. En cifras, el panorama es este: el 47,1% aseguró haber sido penetrado; el 41,2% informó que el presunto agresor tocó o acarició sus partes íntimas con las manos o el pene (esto ocurría como preludio a otros actos y en reiteradas ocasiones); el 9,4% señaló haber sido penetrado con los dedos o con otros objetos, como palos, juguetes o herramientas; el 7,8% señaló que el presunto agresor le hizo sexo oral; y casi el mismo porcentaje aseguró haber sido sometido a actos de masturbación. Sobre este último, la investigación encontró que “la masturbación puede ser el punto de partida para los presuntos delincuentes que luego cometen otros actos sexuales”.

Este estudio concluyó que la violencia sexual contra menores de edad hombres implica mayores niveles de violencia, como coerción psicológica, amenazas y lesiones físicas. Las narraciones de los niños y adolescentes víctimas reflejaron esta realidad. “Dijo que si le decía a mi mamá me iba a pegar”, menor de 10 años; “me agarró del cuello y me golpeó”, menor de cuatro años”; “me tapó boca”, menor de cinco años.

Contexto en los migrantes venezolanos

 

Mientras los investigadores analizaban el gran volumen de datos de Medicina Legal, empezaron a encontrar un elemento que llamó su atención. En el grupo de víctimas aparecía, cada vez con más frecuencia, la nacionalidad venezolana. En total, se analizaron 213 casos de violencia física y sexual contra niños, niñas y adolescentes provenientes de ese país. Luego emergió otra realidad: la mayoría de esas agresiones correspondía a presunto delito sexual, especialmente contra niñas y adolescentes mujeres.

¿Qué se encontró? Que el 40,4 % de las víctimas tenía entre 6 y 11 años; el 36,2 % entre 12 y 17; y el 23,5 % entre 0 y 5. El 38 % convivía con los agresores, quienes eran principalmente de sexo masculino y familiares. Precisamente, la mitad (48,8 %) reportó que el responsable fue un familiar, principalmente los padrastros, tíos o padres de la víctima. Sobre el escenario de los hechos: casi la mitad ocurrió en la vivienda de la víctima, seguida de la vivienda del agresor. La principal forma de abuso (81,7 % de los casos) fue la explotación sexual. La mayor cantidad de casos ocurrieron en los departamentos de Bolívar y La Guajira.

El estudio encontró, también, que estas violencias se vienen multiplicando: aumentaron más de un 300% entre los años 2017 y 2018. Y, citando a Human Rights Watch, nuevamente se puso la lupa sobre el enorme subregistro: “la probabilidad de que los reportes obtenidos por las autoridades competentes sean la totalidad de los casos de abusos de esta población es mínima, esto se debe principalmente a que muchos venezolanos se encuentran en estado de migración irregular”, señala el artículo “Violencia contra niños, niñas y adolescentes de origen venezolano: casos atendidos en la región norte de Colombia”.

Recomendaciones

El 50% de las madres y padres no habla de abuso sexual con sus hijos, dicen los autores de esta investigación. Solo ese dato nos pone frente al espejo de una realidad: Colombia necesita una mayor educación sexual, educación en prevención de violencias, educación en cuidado, educación en comunicación. La pedagogía está en el centro de la solución. Educar a niños, niñas y adolescentes para que puedan reconocer situaciones de maltrato, de abuso, de violencia.
Educar a padres, madres, cuidadores; a educadores; a una sociedad atravesada, profundamente, por el machismo.

“El problema de la educación sexual en Colombia es muy crítico. Estos escenarios de violencia son más comunes de lo que se cree, y en muchas familias son vistos como algo natural y cotidiano. Esto incentiva el subregistro. Se necesita pedagogía en prevención, en cómo detectar y comunicar lo que está pasando, en rutas de atención, en
denuncia. Y se necesita, además, una suma de fuerzas de diferentes actores, no solo es un tema de las familias o las escuelas. Los gobiernos tienen que generar programas o estrategias para educar y garantizar los derechos de la población afectada”, señaló el profesor Daladier Jabba, doctor en ciencias de la computación e ingeniería, y coinvestigador.

El 50 % de las madres y padres no habla de abuso sexual, según estudio de Uninorte.

A partir de los resultados de esta investigación se crearon dos herramientas que, precisamente, pretenden aportar a la pedagogía y la atención de estas violencias. Se desarrolló una aplicación para identificar maltrato entre parejas adolescentes y describir las rutas de atención. La investigación arrojó datos que permitieron narrar, detalladamente, cómo ocurren estas violencias, cómo se ven, cómo se materializan, cómo se atienden. “Creamos Violence Alert, una aplicación que se puede instalar en los celulares. A partir de unas preguntas, esta plataforma permite identificar diferentes formas de la violencia en parejas adolescentes, y entrega unas rutas de atención”, explicó el profesor Daladier Jabba.

La profesora Elsa agregó: “en muchas situaciones no hay quién oriente a la víctima, ni en el colegio, ni en la familia. Quizás lo más obvio en una relación adolescente es el maltrato físico, pero existe la violencia sicológica (la manipulación por celos), la violencia sexual... Creamos una herramienta de autoayuda para una cultura donde está satanizada la relación de noviazgo entre adolescentes”.
Se espera que esta aplicación, que está en proceso de registro, sea administrada en alianza con Medicina Legal.

De esta experiencia investigativa resultó otra herramienta de prevención. Un cuento en el que el maltrato físico contra niños y niñas es el centro. Según Elsa Escalante, “en nuestra cultura (no solo en Colombia, sino en la cultura latina) el maltrato físico está normalizado, aceptado. Necesitamos hablar de este tema abiertamente”. Además, los diferentes artículos que se desprendieron de este ejercicio investigativo, entregaron unas recomendaciones específicas para las diferentes caras de esta problemática.

Por ejemplo, frente a las violencias contra menores migrantes venezolanos, los investigadores señalaron la necesidad de crear estrategias y programas gubernamentales que permitan garantizar los derechos de la población infantil y adolescente, especialmente para enfrentar las violencias más recurrentes en este momento: trabajo forzado, abuso, explotación sexual y trata de personas.
Desde la academia, esta investigación es, en sí misma, un llamado a pasar de la investigación a la acción. “No nos quedamos con la investigación, sino que llevamos los resultados a la realidad: creamos la cartilla y la plataforma, para acercarnos a la sociedad. Hay una acción, una intervención”, señaló la profesora Elsa.

Una última enseñanza de este proceso: la alianza con Medicina Legal fue fundamental. “No habría otra forma de investigar estos tipos de temas. La gran oportunidad de hacer este tipo de alianzas es que, si bien se trata de presuntos responsables y no hay condenas, sí te aproximan a una realidad que está oculta cultural y socialmente”, concluyó la profesora Elsa.