Giancarlo Giannini: medio siglo en la gran pantalla

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El actor Giancarlo Giannini conversó con el profesor Alfredo Sabbagh.

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15 feb 2017

El cine llegó a Barranquilla de la mano de italianos. Floro Manco realizó en 1914 su documental Carnaval de Barranquilla, el primer registro de este tipo hecho no solo en la ciudad, sino en todo el país. Una década después, los hermanos Francesco y Vincenzo Di Domenico exhibieron su documental Barranquilla Moderno y, posteriormente, un descendiente de italianos, como fuese Rafael Campanella, inmortalizó en películas 8 mm a color aspectos del Carnaval barranquillero, el río Magdalena y otros paisajes de la costa entre los años 40 y 60.

No en vano expertos como el docente de Uninorte Alfredo Sabbagh consideran que “entre Italia y Barranquilla existe un puente hecho de celuloide”. Ese mismo puente cruzó Giancarlo Giannini, uno de los más grandes artistas del cine italiano, que por cinco décadas como actor, guionista, productor ha dejado un monumental legado en el séptimo arte.

Giannini fue uno de los principales invitados del XI Carnaval de las Artes, que tuvo lugar entre el 9 y 12 de febrero en Barranquilla. El italiano estuvo en el teatro José Consuegra Higgins el sábado 11 compartiendo con el profesor Sabbagh anécdotas de su carrera y su concepción de la labor del actor.

Personajes como Tunin en Amor y anarquía – por el que obtuvo en el Festival de Cannes de 1973 el premio a mejor actor protagónico –  y Pasqualino en Pasqualino Settebellezze – que le valió una nominación en la misma categoría en los Premios de la Academia de 1977 – son la culminación de un proceso creativo en el que el juego y la fantasía juegan un papel preponderante.

“Soy discípulo de Orazio Costa quien aplicaba el método mimético. La mimesis, según Aristóteles es la primera forma que tiene el niño de comunicarse. Este se ríe porque ve a la mamá reírse. Es un método muy simple; no se trata de sufrir para actuar. Por eso en inglés a actuar se le dice play, que también significa jugar”, comentó el actor.

Para Giannini la actuación es jugar a la vida y las personas pagan para emocionarse y vivir de la fábula que el actor les presenta. Y es el actor quien se convierte en un instrumento para revindicar la vida con la fantasía.

Tunin, el personaje que le trajo su mayor reconocimiento como actor, es fruto de su intención de siempre diversificar los personajes que interpretaba. “Un actor es parecido a una naranja. Cada capa es un personaje cómico, satírico, trágico… El hecho de poder cambiar te permite tener una vida más larga como actor”, aseguró, mientras recordó detalles del personaje principal de Amor y anarquía, un campesino que prepara un atentado para asesinar a Benito Mussolini.

“La imagen que tenía en mi cabeza era la de un roble, porque quería darle al campesino una imagen pesada. A eso le agregué la sonrisa de un gato y los ojos de la vaca, que siempre tienen una mirada de desconfianza. Eso no era algo nuevo. Muchos compositores utilizaban la naturaleza como inspiración”, relató y añadió que el actor debe operar “en todos los sistemas y valerse de todos los elementos para que el personaje nazca”.

Sobre el hecho de trabajar con directores como Lina Wertmüller, Stanley Kramer y Francis Ford Coppola, Giannini resaltó la importancia de entenderse con ellos al considerarlos “los verdaderos artífices de una película”. “Pero –agregó el director que te escoge para una película ya sabe por qué te ha escogido, porque te conoce” y apuntó que los grandes directores para los que actuó eran personas que hablaban muy poco y le preguntaban al actor qué quería aportar.

Finalmente, confrontado con la pregunta si el cine verdadero había muerto y se había convertido en un vehículo para vender crispetas, Giannini recordó que “Fellini hace 30 años decía que el cine había muerto y que iríamos al cine como si visitáramos un museo”. El cine, para Giannini, en ese entonces se hacía al máximo de la capacidad de los cineastas, pero hoy la imagen digital y los teléfonos móviles han modificado la manera de hacer y ver imágenes en movimiento. “La forma de ver el cine ha cambiado, pero eso nunca acabará con la posibilidad de seguir haciendo cine”, concluyó.

Por Andrés Martínez Zalamea

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