Gustavo Araujo, el becario que ahora realizará un doctorado en la Universidad de Oregon State

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Gustavo Araujo junto a sus padres.

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05 feb 2019

“Es necesario separarnos un tiempo para poder alcanzar mis sueños, con los que espero apoyarlos a ellos y devolverles todo lo que han trabajado por mí, todo ese sacrificio”, dice Gustavo Araujo Rodríguez, sentado en la sala de su casa. A su izquierda se sienta su madre Ela, a su derecha, su padre, también llamado Gustavo. Viven una felicidad nostálgica.

A sus 21 años, su hijo se va de la casa. El primero, el que trajeron en sus brazos desde Valledupar, desplazados por la violencia; el que desde los dos años sabía leer y señalaba las letras en la calle; el que se ganó una beca Orgullo Caribe para estudiar Ingeniería Civil en la Universidad del Norte y ser el primer profesional de su familia; el que, no contento con eso, trabajó, trasnochó y estudió para conseguir los recursos de una maestría que parecía imposible; el que se ganó una beca para un doctorado en la Universidad de Oregon State.

“Nos vinimos de allá sin nada, prácticamente, aquí hemos logrado todo, he sacado a mis hijos adelante. Ha sido una lucha constante y este es el fruto de todo lo que hemos sufrido porque no ha sido fácil”, dice el papá, quien trabaja como vigilante de una clínica privada en la ciudad.  

En la reunión en la sala de la casa ubicada en el barrio Villa Estadio hace falta su hermana, Daniela, que está estudiando Química en la Universidad del Atlántico, y Daniel, su hermanito, que falleció hace dos años y medio. “Me quedó él, mi único varoncito, es todo para mí”, anota la mamá.

 

Desde niño

Sus padres notaron desde niño que tenía una curiosidad por todo lo que lo rodeaba. Recuerdan las figuras que con un palo hacía en la arena. Mientras el padre salía a trabajar, Ela lo preparaba desde joven, y desde muy temprano, Gustavo sabía leer y las operaciones matemáticas básicas. Esos fundamentos lo llevaron a ser un estudiante distinguido en la Institución Educativa Villa Estadio, de donde se graduó en 2013, cuando tenía 15 años.

“Siempre sentí una afinidad por la física. Mis profesores siempre me dijeron que me veían un perfil para ser ingeniero, y tengo un tío que se dedica al sector de la construcción, él es albañil, maestro de obra, y siempre me llamó la atención el tema de la construcción y cómo se llevaban a cabo estos proyectos”, cuenta el becario.

Tras conseguir un buen puntaje en las pruebas ICFES, Gustavo aplicó a una beca en la universidad. Inicialmente solo fue admitido y pensó que su sueño se había truncado pero 15 días después una llamada le devolvió la esperanza. “La beca Orgullo Caribe fue el renacer”, asegura Gustavo. Cinco años después, ingresó al cuadro de honor y recibió el diploma de graduando de excelencia.

Ayuda en el camino

Si bien Gustavo y Ela se han esforzado por ofrecerle lo mejor a su hijo, su desarrollo no habría sido posible sin el apoyo Carlos Arteta, profesor de Ingeniería Civil de la universidad. El docente narra que conoció a Gustavo cuando este se encontraba en cuarto semestre y que la cercanía entre ambos comenzó cuando el estudiante entró al grupo de investigación de estructuras. Arteta se dio cuenta que Araujo siempre excedía sus expectativas en todas las tareas que le daba. 

En 2017, el joven pudo realizar una pasantía en la Universidad de California en Berkeley, y allí se dio cuenta no solo que le gustaba la investigación, sino también que “tenía madera para eso”, como afirma Arteta. Por esta razón, según cuenta el docente, se volvió una misión de su familia y amigos darle las mejores condiciones para que Gustavo desarrollara todo su potencial.

Gustavo estaba determinado a continuar sus estudios, y con el apoyo del profesor Arteta, comenzaron a tocar puertas buscando una forma de pagar la maestría en Ingeniería Civil que ofrece Uninorte. El primer semestre logró costearlo gracias a la ayuda de un proyecto que financió la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL) de Suiza. 

Los siguientes dos semestres se pagaron por medio de un intercambio que hizo el profesor del departamento de Ingeniería Civil. Donó los estudios de vulnerabilidad sísmica de los edificios que se construyeron hace más de 40 años de la universidad a cambio de que los fondos se invirtieran en los estudios de su pupilo, quien también participó en el proyecto.

Luego, Arteta estuvo en una reunión de ingenieros sísmicos en Berkeley. Allí se reencontró con Barbara Simpson, quien le contó que necesitaba un estudiante para comenzar su carrera como profesora en Oregon State University. “Te tengo el muchacho pero tienes que esperar a que termine su maestría conmigo”, le respondió. 

De esta forma, Gustavo aplicó, y no solo fue admitido, recibió una beca completa y un sueldo que le servirá para sostenerse. Arteta cuenta que se sintió realizado como profesor cuando vio la carta de aceptación. “Soy profesor por esto, mi meta siempre ha sido poder brindarle a mis estudiantes la oportunidad que yo tuve”, concluye.

Se va 

“A veces hay que dejar que los hijos vuelen, por su bienestar, su futuro. Entonces estoy triste pero también feliz, y orgullosa de mi hijo”, dice la mamá con una voz entrecortada. “Nos va a hacer falta, pero es por el bien de él”, complementa el padre. El joven partirá en enero del 2020, cuando obtenga su título como magíster.

“Un día lo soñé, estar fuera de mi país estudiando y preparándome para ser un buen investigador, hoy lo estoy logrando, y esta beca es eso. Ver mis sueños materializados en una realidad y saber que los tengo al alcance”, cierra Gustavo.

Por Leonardo Carvajalino

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