Importante rescate del lugar de
las humanidades en la sociedad
contemporánea y la validez de
continuar escogiéndolas como opción
de vida y profesión. Este texto se
presentó, inicialmente, como la
Conferencia inaugural del Pregrado
de Filosofía y Humanidades de la
Universidad del Norte, pronunciada
el 29 de enero de 2015.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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* Escritor y profesor de filosofía y literatura de
la Universidad del Norte.
 
 
 
hacernos sentir que empezamos de nuevo, nos da la
impresión abrumadora de que nunca nada ha comenzado.
En esas arenas movedizas se me vino a la cabeza
que el que se queda por largos minutos mirando un
papel en blanco parece un hombre trabajando, pero el
que se queda mirando por largo rato una página informática
de tratamiento de texto, y en general toda pantalla,
se asemeja en cierto modo a un hombre en coma
con los ojos abiertos. Me acordé entonces de la predicción
que hace el escritor Ray Bradbury en su novela
Fahrenheit 451, en la que anticipa que los hombres del
futuro, sumidos en una sociedad de la diversión, serán
una suerte de seres en estado vegetativo, semejantes a
muertos vivientes, conectados las veinticuatro horas
del día a pantallas y medios audiovisuales que transmitirán
sin fin contenidos de entretenimiento; inmóviles
casi siempre, según el autor, cuando nos desplacemos
lo haremos mediante vehículos tan veloces que
ya no podremos contemplar los paisajes. Gran parte
de la población ya no necesitará salir de la casa, como
lo ilustra con Mildred, la esposa del protagonista, cuyo
contacto con la realidad termina siendo mediada enteramente
por pantallas, que tapizan cada uno de los
muros de su hogar.
Bradbury, con temor estimaba que en un futuro cercano
algunas prácticas quedarán erradicadas en ese
siniestro pero "divertido" futuro. Estas son: caminar,
conversar presencialmente, pensar, leer y escribir.
Contrariado por esa imagen, me resolví a caminar por
la universidad, mental y físicamente a la deriva, hasta
que me topé con un grupo de colegas, algunos de ellos
aquí presentes, y entonces uno de ellos me preguntó:
−¿Para dónde vas?
—A ningún lugar −le contesté—; no sé qué decir en la
conferencia.
Hubo risas, creo yo por empatía, porque no me creyeron,
o porque siempre es un poco cómico ver a alguien
en pequeños aprietos. Fue así como vino a mi mente
la primera escena de la novela de Denis Diderot Jacques
el fatalista y su amo, en la que ambos personajes
aparecen viajando de un lugar desconocido a otro, y
el narrador, provocador, pues consciente de la curiosidad
del lector por conocer en las primeras frases las
características de los protagonistas, como se acostumbraba
hacer en las novelas clásicas hasta el siglo xviii,
advierte a manera de presentación: "¿Cómo se conocieron?
Por casualidad, como todo el mundo. ¿Cómo
se llamaban? ¿Qué os importa? ¿De dónde venían? Del
Me confiaron hacer esta conferencia inaugural del
pregrado de Filosofía y Humanidades, y el título que
escogí fue Estudiar filosofía y literatura. La razón no es
que considere que la literatura sea más importante
que el resto de las humanidades, sino porque son las
dos disciplinas que he estudiado y de las que puedo
decir algo en lo que, por experiencia propia, respecta
a su estudio. Pero todo lo que diré es también válido
para las humanidades.
 
Ustedes, estudiantes, pensarán que para mí fue fácil
el ejercicio, porque si soy profesor de estas áreas es
evidente que debo tener perfectamente claro en qué
consiste su estudio. Pues fue precisamente lo contrario,
es decir, bastante difícil considerar, una vez más,
el porqué estudiarlas.
 
Así es que en medio de la inminencia de la fecha que se
aproximaba constataba que el documento seguía en
blanco. Y no es que no hubiese escrito nada, sino que
antiguamente, cuando se escribía a mano y uno tachaba
o borraba las ideas, palabras y frases descartadas,
los tachones y burdos borrones eran un consuelo, porque
eran la prueba visible de que se había escrito algo,
aunque fuera errado. Pero escribiendo en un computador,
el terrible botón de suprimir no borra, sino que
anula esa memoria del consuelo de los arranques fallidos,
renovando sin cesar ese pixelado fondo blanco,
en el que cada vez que suprimimos lo escrito, más que
 
 
 
lugar más cercano. ¿Adónde iban? ¿Acaso uno sabe
adónde va?".
En ese preciso momento pensé que no saber adónde
ir y no saber qué decir tienen una extraña semejanza,
y en mi situación coincidían perfectamente.