La madera es más ecoeficiente, pero se pudre y se desintegra con la humedad y el sol. Cosa que no ocurre con las casas de tabla en Sucre, por lo que es todo un desafío para la academia explicar su conservación en el tiempo. El secreto está en el saber popular.

Solo quienes hemos habitado alguna vez en una casa de tabla sabemos que, incluso cuando la temperatura diurna no baja de 40 grados, durante las noches la madera mantiene fresco el interior, al punto de que una sábana puede reemplazar un abanico. Omar Barboza Camargo también lo sabe, pero él, además, puede explicarlo. El confort térmico entre paredes de madera puede ser la respuesta a la alternativa de construcción ecoeficiente para algunas zonas de la región Caribe colombiana, y él se propuso investigar; solo necesitó mirar, desde otro punto de vista, en su pueblo.

Antes de ingresar al programa de Arquitectura de la Universidad del Norte, Omar entendía —sin saber claro por qué— que el bochorno de su natal San Onofre de Torobé (Sucre) era más llevadero dentro de una casa de tabla. Sobre todo, esos días en los que participaba en los ensayos del grupo folclórico Generación Yanderson, a punta de bailes de cumbia y mapalé; entonces el calor era menos agobiante en una de esas casas de tabla que en la suya, construida con cemento.

Pero no fue hasta que llegó a la clase de “Hábitat, clima y medioambiente”, del profesor Antonio Olmos Hernández, cuando Omar comenzó a pensar en la arquitectura vernácula: esa constituida como tradición en los pueblos autóctonos de cada región, y que responde al aprovechamiento de recursos locales para conseguir condiciones ambientales idóneas para sus climas. Eso ya lo habían pensado los hacendados del municipio y de otros aledaños, quienes construyeron las casas de tabla que se mantienen en pie desde hace más de 100 años.

Para finales del siglo XIX, una oleada de migración extranjera pisaba tierras Caribe con intereses comerciales. Eran tiempos de bonanzas agrícolas en toda la región: arrocera en San Onofre de Torobé, tabacalera en Colosó (Sucre), bananera en Aracataca (Magdalena), por ejemplo. Tras esta revisión bibliográfica, Omar pudo determinar que toda esa nueva dinámica industrial se vería estrechamente reflejada en la arquitectura de la zona.

Por: Adriana Chica García
Periodista
adrianachica90@gmail.com


Casas antiguo y nuevo Prado
Las casas de tabla corresponden a una arquitectura vernácula; es decir, tradicional en los pueblos autóctonos y que responde al aprovechamiento de recursos locales para mejorar condiciones ambientales.
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La madera de las casas es recubierta por elementos domésticos para evitar su deterioro.
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El estilo arquitectónico de las casas es republicano.
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Las puertas son casi del tamaño del techo para tener mejor flujo de aire.
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La tradición constructiva de las casas de tabla proviene de países como Holanda, Inglaterra y Estados Unidos.
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La ventilación también circula por medio de celosías de motivos ornamentales.
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Las casas se diferencian entre sí por a nivel ornamental: tipos de ventanas, formas de los calados, baldosas.

“La tradición constructiva de las casas de tabla proviene de países como Holanda, Inglaterra y Estados Unidos. No son coloniales, como la gente piensa, sino republicanas. Las trajeron las empresas multinacionales que llegaron con las influencias de su paso por las islas Antillas, donde existen estas casas, y de Norteamérica”, aclara Omar. Y es que los comerciantes extranjeros analizaron las necesidades climáticas del territorio para dar una respuesta asertiva al ambiente tropical en el que trabajarían.

Construir con madera era más económico y rápido. Idearon una arquitectura modular, explica Omar, en la que se aplicó el mismo modelo y la misma distribución en todas las viviendas. Los únicos cambios notorios estaban a nivel ornamental: tipos de ventanas, formas de los calados, distintas baldosas. En realidad, todo estaba dispuesto para apaciguar el fogaje propio de esta subregión de los Montes de María, donde, en el mejor de los casos, la sensación térmica es de 35 grados.

Si uno camina por estos municipios sucreños, San Onofre de Torobé o Colosó —que quedan a unos 60 km. de distancia entre sí—, el primer contacto con su tradición arquitectónica importada es un corredor donde propietarios reciben a las visitas sentados en mecedoras y asientos de cuero de vaca. “Ese espacio social y de conexión con la calle y el chisme es lo que se le llama pretil”, comenta el estudiante de último semestre.

Las casas son usualmente rectangulares, divididas por paredes en tres bloques. En el central está el acceso principal, una puerta grande, casi a la altura del techo, que se abre de par en par y se mantiene cerrada con una tranca. Y justo ahí se sitúa una amplia sala. En los bloques laterales se encuentran las habitaciones, dos a cada lado dependiendo del ancho.

El comedor está ubicado en un espacio que puede ser abierto, anexo al núcleo principal. Y se conecta con la cocina, que al igual que el baño, está por fuera de la casa. “La razón es que ambos son espacios húmedos, y la cocina, además, maneja fuego, dos elementos enemigos de la madera”, dice Omar. El resto es un patio trasero inmenso, más grande que la misma casa. El armazón del techo también es de madera, pero cubierto con láminas de zinc o de fibrocemento.

 

La madera se pudre y se desintegra con la humedad y el sol. Por eso resulta un desafío para la academia explicar por qué las casas de tabla en Sucre se han conservado con el tiempo; el secreto está en el saber popular.

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En esta distribución es donde está parte de la clave de su confort térmico. Omar lo explica con claridad: “El aire caliente tiende a irse hacia arriba, los techos de las casas son muy altos, justamente para que el calor se sienta menos. Pero, además, hay calados en la parte superior para que ese aire pueda salir”. La ventilación también circula por medio de celosías de motivos ornamentales que, dentro de la semejanza de las casas, son las que hacen únicas a cada una.

En consecuencia, “son edificaciones construidas con principios bioclimáticos en su configuración arquitectónica”, dice el profesor Olmos. Por ello, requieren menos gasto de energía y liberan menos CO2. No obstante, pese a estas bondades, la madera sucumbe ante la acción degradante del sol y a plagas como las termitas (conocidas en el Caribe como comején). La realidad es que en San Onofre las casas de tablas se mantienen intactas tras 120 años de antigüedad, y 60 las más jóvenes.

Descifrar la razón de su durabilidad le abrió el camino a la investigación a Omar, quien se puso en esa tarea asesorado por el arquitecto Olmos, en el semillero de la Dirección de Investigación, Desarrollo e Innovación (DIDI) de Uninorte. El objetivo es encontrar mecanismos que hagan introducir nuevamente la madera a los sistemas constructivos de la región, pues por el momento “estamos construyendo con materiales poco ecoeficientes, que se recalientan”, expresa el docente.

En Barranquilla, y en general en la región Caribe, nos encontramos en latitud baja, con una humedad relativa alta y con valores de temperatura elevados. “Por tanto, el exceso de masa nos afecta de manera considerable”, afirma Olmos. “Porque a mayor masa, mayor acumulación térmica”; es decir, más calor. A eso se le suma que los materiales de construcción son usualmente pesados: concreto, bloques, arcilla, ladrillo.

“Son materiales con mucha inercia térmica, que es la que hace que capten calor, lo acumulen y lo liberen lentamente”, explica. Y a mayor calor, mayor consumo energético y más emisiones de CO2. La ecuación es sencilla: los materiales mencionados incrementan la temperatura en horas nocturnas, cuando la fuente de radiación ya no está activa, por lo que en los hogares se debe disipar con aire acondicionado o ventiladores. La electricidad aumenta y a su vez el impacto sobre el medio ambiente.

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Las casas tienen un espacio social y de conexión con la calle -donde el propietario recibe las visitas- que se llama pretil.
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La madera como material hace que las viviendas requieran menos gasto de energía y liberan menos CO2.
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En San Onofre y pueblos aledaños, como Colosó, las casas de tabla se mantienen en pie desde hace más de 100 años.
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En esta subregión de los Montes de María la sensación térmica puede superar los 43 grados centígrados.
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Este tipo de viviendas fueron traídas al país por empresas multinacionales que llegaron con las influencias de las islas Antillas y de Norteamérica.
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Los techos son muy altos para mantener el aire caliente arriba, lo que hace que el calor se sienta menos.
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Estas casas tienen el mismo modelo y la misma distribución por dentro.

Pero la madera, que es más ecoeficiente en ese sentido, se pudre y se desintegra con la humedad y el sol. Por eso resulta un desafío para la academia explicar por qué las casas de tabla en Sucre se han conservado con el tiempo. Y el secreto está en el saber popular, el mismo que Omar se puso a buscar de puerta en puerta en San Onofre.

Uno de estos saberes dice, por ejemplo, que ciertas fases lunares son ideales para cortar la madera. “No es que la luna haga algo, es un calendario que anuncia cuándo un árbol tiene menos savia; o sea, menos cantidad de líquido. Es el momento perfecto para cortar, porque evita que se pudra y le caiga comején”, relata Omar que le contaron sus coterráneos.

Ahora se trata de verificar la ciencia detrás de la sabiduría popular. Entonces, analizarán en el nuevo Laboratorio de Mediciones Térmicas de Uninorte las mezclas de base acuosa, presuntamente compuestas con elementos domésticos, como detergente, pegamento, acpm o brea, con la que los antiguos lugareños recubrieron las tablas para protegerlas del sol y las plagas. La tarea no será sencilla, en la fase de diagnóstico Omar pudo comprobar que las nuevas generaciones de sanonofrinos ni siquiera tienen claro qué hace resistentes sus propios hogares.

Una vez, su vecina Amelia Fajardo intentó cambiar la distribución con nuevas divisiones, y puso paredes de madera al interior de su casa, que a los pocos meses estaban comidas por el comején. Aunque, misteriosamente —dice ella—, el resto de la casa fue inmune a la plaga. Otra vez, el tendero Roberto Rebollo buscó un toque de modernidad para su residencia e instaló un cielo raso, y a los pocos días el calor lo obligó a quitarlo.

El docente Antonio Olmos y su alumno Omar Barboza esperan pronto estar haciendo pruebas que den luz a esas incógnitas, con la esperanza de poder crear un prototipo de una casa de tabla a escala, que pueda someterse a mediciones en el laboratorio, para determinar con precisión sus beneficios térmicos y ahorro energético.

El fin último es “tecnificar el procedimiento popular que permite a la madera soportar los embates de los elementos del exterior, reformular su empleo y reintroducirla en la industria”, concluye Olmos. Mientras tanto, por conocimiento propio, tras haber habitado alguna vez en una casa de tabla en Colosó (Sucre), me atrevo a decir con la convicción de esa tradición también de mis abuelos, que los moradores de esta arquitectura autóctona pretenderán hasta el fin de sus días mantenerlas en pie. Como también lo cree Omar.

Si uno camina por estos municipios sucreños, San Onofre de Torobé o Colosó —que quedan a unos 60 km. de distancia entre sí—, el primer contacto con su tradición arquitectónica importada es un corredor donde propietarios reciben a las visitas sentados en mecedoras y asientos de cuero de vaca.

 

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Publicado en: vie, 27 sep 2019 05:25 - Grupo Prensa

 

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