El dictamen de Edith Aristizábal, coordinadora de la Unidad de Salud Mental del Departamento de Psicología de la Universidad del Norte, fue la principal prueba que utilizó la Corte Suprema de Justicia para declarar inimputable a Johana Montoya. La psicóloga concluyó que la mujer sufría de un trastorno esquizoafectivo que le impidió ser consciente de sus actos, dejando sin piso el dictamen de psiquiatría de Medicina Legal que sostuvo lo contrario. La Corte ordenó un tratamiento psiquiátrico en lugar de la cárcel.

Responsive Image
Por Carolina Gutiérrez
carogtorres@gmail.com
La primera noticia que circuló en los medios de comunicación era de una crudeza terminante: Johana del Carmen Montoya Rosario, 25 años, Tierralta (Córdoba), degolló a sus tres hijos de 10, 6 y 4 años, en una casa de Palmar de Varela. Luego de cometer el filicidio, intentó suicidarse con una cortada profunda en el cuello. Era 18 de febrero de 2015. Wilson Díaz Reales, su pareja, encontró la escena al llegar del trabajo. Así lo narró ante un tribunal:

“Relató que el día de los hechos salió temprano en la mañana a trabajar. Con él despertó también Johana del Carmen, quien desde ese momento le dijo tenerun fuerte dolor de cabeza.
Regresó a la habitación aproximadamente a las 9:25 pm, encontró la puerta cerrada y nadie respondía... Luego de varios minutos, y con la asistencia de un conocido, logró forzar la entrada y encontró los cuerpos… Evocó que la nombrada llevaba cierto tiempo exhibiendo señales de alguna condición mental. Escuchaba gente en el techo y voces que le decían «que no la querían... que estaba sola, que se quitara la vida, que ella estaba sola en este mundo»; en las noches salía al patio «llorando sola, constantemente andaba llorando tanto de día como de noche», no se miraba en espejos porque «veía a otra persona distinta, la cara de otra mujer»”.
Responsive Image
Dos años después de los hechos, Johana fue condenada por tres homicidios agravados a la máxima pena en Colombia: 60 años de cárcel. Una de las principales pruebas acogidas por el juez que tomó la decisión y el Tribunal que la confirmó, fue el dictamen de una psiquiatra forense de Medicina Legal quien, en una valoración de solo 30 minutos (como quedaría al descubierto más adelante), dictaminó que Johana tenía rasgos de personalidad antisocial y había actuado con plena conciencia.

Esta historia pudo terminar ahí: en el cubrimiento frívolo y deshumanizante de algunos medios de comunicación; en el relato dramático y totalizante de una madre brutal que comete un crimen atroz, incomprensible, imperdonable, como comentaron muchos. Sin embargo, en agosto de 2022 este caso tuvo un desenlace inédito para el derecho y la salud mental en Colombia: la Corte Suprema de Justicia declaró a Johana inimputable, es decir, reconoció que no actuó en conciencia de sus actos ni por voluntad, sino motivada “por un episodio alucinatorio agudo debido al trastorno esquizoafectivo que padecía desde los 12 años que le impedía ser consciente de sus actos”. Y ordenó que se le garantizara un tratamiento psiquiátrico por fuera de la cárcel en la que llevaba siete años recluida.

Para que esto sucediera, tuvo que librarse una larga batalla que lideraron dos personas: el abogado Pedro Pablo López Herrera, especialista en derecho penal y criminología, y candidato a magíster en derecho procesal; y Edith Aristizábal Díazgranados, psicóloga con un doctorado en psicología con Orientación en Neurociencia Cognitiva Aplicada, coordinadora de la Especialización en Psicología Forense y de la Unidad de Salud Mental del Departamento de Psicología de la Universidad del Norte.
La Corte Suprema de Justicia declaró a Johana inimputable, es decir, reconoció que no actuó en conciencia de sus actos ni por voluntad, sino motivada “por un episodio alucinatorio agudo debido al trastorno esquizoafectivo que padecía desde los 12 años que le impedía ser consciente de sus actos”.
La Defensoría del Pueblo le designó este caso al abogado Pedro Pablo después de las audiencias preliminares: la legalización de captura, la formulación de imputación y la solicitud de medida de aseguramiento. Mientras estudiaba el caso, una hipótesis se implantó en la cabeza: Johana debía ser procesada como inimputable, una versión que contradecía el diagnóstico de Medicina Legal. ¿Por qué se casó con esa teoría? Porque desde que Johana fue recluida en la cárcel El Buen Pastor de Barranquilla, unos meses después de los hechos, comenzó a sufrir crisis psiquiátricas que coincidían con las descritas por Wilson, su pareja, cuyo testimonio fue desestimado en el proceso. El abogado creía que Johana había cometido los crímenes en medio de una crisis, pero necesitaba un sustento científico. Entonces buscó a la psicóloga Edith Aristizábal, quien tiene una larga experiencia en el campo de la conducta criminal.
Responsive Image
Edith Aristizábal Díaz Granados, psicóloga
“En el Buen Pastor ella sufría muchas crisis. No la querían allí porque creían que estaba poseída por el diablo. Eran las crisis esquizofrénicas en las que caía en todo momento producto de los mismos hechos. Oía voces, decía que escuchaba el diablo, muchas cosas sentía. Hacíamos mesas interinstitucionales con la Alcaldía, el médico y la directora de la cárcel, para resolver el problema de las drogas psiquiátricas. Sin ser médico ni psiquiatra yo sí tenía claro, como le dije a Edith, que no creía en situaciones metafísicas, sino que estaba convencido de que ella tenía un trastorno que le impedía autodeterminarse cuando caía en crisis. De ahí mi teoría de la inimputabilidad”, narra Pedro Pablo López.

Este es el momento en que la psicóloga Edith Aristizábal llega a esta historia. Visita a Johana en la cárcel y luego de un análisis, que tomó diez horas en tres momentos diferentes, dictaminó que la mujer de 25 años “sufre de un trastorno esquizoafectivo que, al momento de los hechos, le impidió comprender la realidad”. “La visité tres días: el 7 y 8 de noviembre de 2015, y el 25 de ese mismo mes. Es importante dejar pasar 15 días entre ambas visitas porque la persona puede estar fingiendo un trastorno mental y de la memoria; si está mintiendo, en la segunda visita no recuerda lo que dijo. Este no era el caso. Hice una entrevista para reconstruir el relato; había muchas cosas que ella no recordaba. Con la reestructuración cognitiva tratas de que la persona recuerde estímulos: qué veía o que escuchaba, para que se active el recuerdo, la parte perceptual. Así fui reconstruyendo los hechos. También le apliqué cuatro pruebas: dos de rastreo y dos de simulación de trastornos mentales para determinar que no estaba fingiendo”.

Según el diagnóstico final, Johana sufre trastorno esquizoafectivo (que está dentro del espectro de los trastornos asociados a la esquizofrenia): una enfermedad mental que puede provocar pérdida de contacto con la realidad (psicosis) y trastornos anímicos (como depresión o manía). Para llegar hasta ahí, la psicóloga Edith hizo un recorrido exhaustivo por la historia de vida de Johana y en ese viaje encontró respuestas.

El diagnóstico real

28 de febrero de 2015. Johana vive con sus tres hijos y su compañero sentimental, Wilson Díaz, en la habitación de una casa humilde de Palmar de Varela (Atlántico). Su relación con Wilson es reciente. Hasta ese momento, había criado sola a sus tres hijos.

Johana planea llevar a los niños a la peluquería pero, cuando se está preparando para salir, no encuentra el candado para cerrar la puerta y cambia de opinión. Decide acostarse porque tiene un fuerte dolor de cabeza que la atormenta desde hace varios días. Tampoco ha tenido apetito. Se siente débil y triste. Tiene una profunda depresión que, por momentos, se convierte en un llanto incontrolable. En los últimos días, además, ha sido recurrente la visión de la sombra de una mujer que la persigue; la misma mujer que durante tantos años ha hecho parte de su vida.

Se levanta al medio día. El dolor de cabeza continúa. Les pide a los niños que salgan a comprar el almuerzo y se vuelve a acostar. Se despierta nuevamente entre las 3:00 y las 4:00 pm. “Cuando se levanta se siente rara. No es ella. Siente que la mujer que había visto se mete dentro de ella. Ahí ocurre el asesinato que es brutal y violento”, narra la psicóloga Edith. Les ordena a los niños, que están en el patio, que entren a la habitación. Uno por uno. Les corta el cuello. 

Los esconde debajo de la cama. “Ella dice que no tiene pensamientos en ese momento. Solo, que escucha voces de hombres y mujeres fuera de la casa, como haciendo un ritual, que le dicen que mate a sus hijos y se mate ella –continúa la psicóloga–. Luego Johana ve en el reflejo del televisor a la mujer, coge el cuchillo y la intenta matar. Ahí es cuando se degolla. La herida fue muy grande, nadie sabe cómo sobrevivió”. Wilson regresa a la casa hacia las 9:00 pm. Toca la puerta y nadie responde. Ingresa por el patio. Encuentra la escena más dolorosa de su vida.

Johana pasa dos meses internada en el hospital. No habla. No recuerda nada. En ocasiones vuelve a visitarla la sombra, aquella mujer: la acosa, la persigue. Vuelven las crisis. Deciden aislarla. Su hermana –“la única que la apoya”, como dice la psicóloga– es quien le cuenta lo sucedido. Le muestra recortes de prensa. 
Empiezan a aparecer en su memoria retazos vagos de ese día, fragmentos que meses más tarde la psicóloga Edith Aristizábal recogerá y unirá hasta lograr un relato de lo sucedido.“Ella no se siente culpable porque siente que ella no lo hizo, sino la otra mujer”, dice Edith. Solo hasta el segundo día de la evaluación psicológica, Johana comprendió que la mujer que empuñó el cuchillo era ella misma en medio de una crisis psicótica, alucinatoria.

Cuando se da cuenta, se quiebra. “¿Cómo puede ser posible que esa mujer sea yo, si siempre la veo afuera: en el espejo, en el techo, persiguiéndome por las escaleras?”, se preguntaba. “Yo le expliqué que era ella misma pero que, en ese momento, no podía actuar determinada por su voluntad; que había algo que se imponía; que ella no quería hacerlo; que si no hubiera tenido las voces que la obligaban, no lo hubiera hecho. Ni eso, ni los otros intentos de suicidio que había tenido en la vida”, narra la psicóloga.

Aquí, nuevamente, la historia da un giro. Un giro al pasado, a la niñez de Johana. Sin ese fragmento es imposible comprender lo sucedido.
Responsive Image

La historia de vida

Responsive Image
Johana empieza a ser violentada sexualmente por su papá a los 7 años. A los 12, la viola. Le cuenta a su mamá pero no le cree, la maltrata, la echa de la casa. La niña se queda viviendo en la calle, tiene un embarazo, aborta. A los 14 años está trabajando en una casa de familia, tiene un segundo embarazo, su pareja la maltrata y la abandona; da a luz a su primer bebé (2005); experimenta su primera crisis psicótica. “Pensaba y sentía que había una presencia que la miraba, que la perseguía. Escuchaba sus pasos en el techo. Tenía miedo de que le robaran a su hijo. No dormía en las noches. Decía que era como una bruja, una persona mala. Lo que la persigue siempre es una figura femenina”, narra la psicóloga Edith. Aunque en su ejercicio pudo reunir fragmentos muy importantes de la vida de Johana, hay apartes que fueron imposible rescatar porque no hay ningún indicio en la memoria de la paciente.

La niña, en medio de una crisis psicótica, vuelve a la casa de su familia. Allí, intenta suicidarse por primera vez. “Aparece una voz que dice que se mate, que está sola, que nadie la quiere”. Lo que viene es una de esas partes brumosas de la historia. Johana se va nuevamente de la casa de su mamá y su papá –su violador–. Queda embarazada dos veces más (2008 - 2010), de un hombre que la maltrata, que la abandona. No encuentra otra salida que volver a la casa familiar con sus tres hijos. Trabaja vendiendo dulces en la calle, preparando comidas, haciendo lo que sea necesario para sostener y cuidar a sus niños. Era una buena madre. Eso dijeron dos vecinas ante la justicia, pero sus testimonios tampoco fueron tenidos en cuenta en el juicio. Sus vecinas “la describieron como una madre atenta y dedicada”, señala el fallo de la Corte Suprema de Justicia.
Era una buena madre. Eso dijeron dos vecinas ante la justicia, pero sus testimonios tampoco fueron tenidos en cuenta en el juicio. Sus vecinas “la describieron como una madre atenta y dedicada”, señala el fallo de la Corte Suprema de Justicia.
A los 24 años intenta suicidarse nuevamente; se toma un veneno siguiendo las órdenes de unas voces. Conoce a Wilson, “una buena pareja que la acepta con los tres hijos, el único que no la maltrata”, narra la psicóloga. Aún vive en la casa de su papá y su mamá. Estando allí, ocurre el último suceso que desencadena la tragedia. Diciembre de 2014. Johana encuentra a su papá abusando sexualmente de su hija de 7 años. Hace la denuncia ante el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Le dicen que si no abandona la casa del abusador, le quitan a sus hijos. Esas palabras, que sintió como una amenaza, se quedan dando vueltas en su cabeza incesantemente. Se va a vivir con su pareja y sus niños a una habitación de Palmar de Varela. Pero está muy mal: la imagen de su violador repitiendo el crimen con su niña y el miedo de perder a sus hijos, la tienen quebrada.

Las voces que le ordenan suicidarse, regresan. Las voces, los pasos en el techo, la mujer en el espejo, los dolores de cabeza, la tristeza, la depresión, el insomnio, el llanto, su pasado, que “es la suma de todas las miserias, de todas las victimizaciones, de todas las violaciones de derechos humanos”, como dice la profesora Edith. Todo se arremolina y estalla ese 28 de febrero de 2015.

Un fallo histórico

Responsive Image
El abogado Pedro Pablo López apeló las decisiones del juez y del tribunal que condenaron a 60 años de prisión a Johana. Las dos veces sus argumentos fueron desoídos. Entonces, en 2018, utilizó la última herramienta que quedaba: un recurso extraordinario ante la Corte Suprema de Justicia. El abogado sostenía que esa condena era un error, pues se había dado “de espaldas (a) los principios lógicos... las ciencias (y) la experiencia”; porque a la luz de esos principios su defendida era inimputable.

Para la Corte Suprema de Justicia, el diagnóstico de la psicóloga Edith Aristizábal fue determinante. La profesora Edith había determinado que Johana padece un trastorno esquizoafectivo, que durante las fases de crisis le produce alucinaciones e ideas delirantes; que desarrolló esta condición después del nacimiento de su primer hijo; que las manifestaciones psicóticas son provocadas por los cambios anímicos; y que, al momento de cometer los crímenes, estaba en medio de una crisis psicótica aguda.
La Corte reconoció que en el proceso judicial se privilegió el dictamen de la psiquiatra forense de Medicina Legal, “con el argumento de que el diagnóstico de enfermedades mentales compete exclusivamente a los psiquiatras, no a los psicólogos”. Sin embargo, en su investigación, ese Alto Tribunal encontró que Edith Aristizábal Díazgranados “no era solo una psicóloga, sino que era especialista en clínica y con un doctorado en neurociencia, además de (tener) una amplia experiencia en atención a pacientes con trastornos en hospitales mentales”. Es decir, sí tenía “los conocimientos necesarios para rendir un dictamen de esa naturaleza”.

En el fallo se tiene en cuenta, también, el testimonio de la procuradora delegada, quien sostiene que en el juicio a Johana se ignoró “el entorno de maltrato, abusos y exclusión en que se desplegaba la vida de la procesada”; además de su condición de “víctima de una cadena de miseria de orden familiar y social”. Según el texto: “desde la niñez temprana y hasta la ocurrencia del delito investigado, Johana del Carmen vivió en un contexto de ostensible y explícita discriminación de género, manifestada en agresiones de todo tipo – sexuales, psicológicas, económicas e, incluso, institucionales– por razón de la cual se vio privada de varios de sus derechos más básicos, como los de tener una familia, educarse (solo estudió hasta segundo de primaria) y recibir tratamiento médico”. Durante toda su vida se le arrebató el derecho a llevar una vida digna y libre de violencia.

El fallo, de julio de 2022, señala que tampoco se escuchó el relato de su pareja, Wilson, quien insistió en señalar que sufría crisis alucinatorias frecuentemente. Ni el de sus vecinas, quienes se refirieron a Johana como una buena mamá. Finalmente la Corte resolvió que Johana sí es inimputable y ordenó su traslado de la cárcel a un clínica o centro psiquiátrico, donde deberá recibir un tratamiento especializado por veinte años.
Responsive Image

¿Cuáles son las razones?

La profesora Edith enlista sus argumentos: “porque es un reconocimiento a la labor del psicólogo forense. Demuestra que con estudios serios, rigurosos, su diagnóstico es tan válido en un juicio como el de la psiquiatría. Es un llamado de atención a cómo se están haciendo las evaluaciones, sobre todo de casos tan complejos: una evaluación de media hora de Medicina Legal es totalmente insuficiente; es necesario un análisis a profundidad. También es un llamado a comprender los contextos y la historia de vida de los responsables; a veces un acto atroz esconde una enfermedad mental o una historia de vulneraciones reiteradas a los derechos humanos”.

El abogado Pedro Pablo López dice que este fallo obliga al sistema penitenciario, a la justicia, a hacer una lectura más compleja sobre la “inimputabilidad por problemas psicológicos y de diversidad sociocultural”, especialmente en casos de crímenes atroces. Dice que hay mucho desconocimiento en el sistema judicial sobre los alcances de la salud mental. Destaca, además, que este fallo reconoce las violencias institucionales y de género que recayeron contra Johana, y que obliga al sistema a incluir un enfoque de género real en los procesos. “La Corte está diciendo: señores jueces, estudien más, prepárense más, investiguen más, y no sesguen la mirada”.

Todavía no se ha cumplido la orden de la Corte. El abogado dice que le hará seguimiento hasta que se haga realidad. La profesora Edith también ha estado al tanto. Hace un mes y medio visitó a Johana. “Está rodeada de mucha espiritualidad. Le expliqué lo que había pasado: que iba a ir a una clínica, que es donde debía estar desde el principio; que el tratamiento y el medicamente son esenciales, que no los puede dejar. Le dije que es probable que se encuentre con personas que la rechacen por su historia, porque el estigma con el que quedó es muy fuerte, pero que el tratamiento le va a dar herramientas para afrontar eso”.

Este fallo es, además, un llamado a los medios de comunicación y a la sociedad, a derribar los estigmas, a comprender y atender la salud mental, a tener lecturas más complejas y profundas de la realidad.