¿Qué pasa por la mente de adolescentes y jóvenes cuando se enfrentan a los retos más complejos y profundos de su sexualidad? ¿Qué rol juegan madres, padres y funcionarios de cuidado y protección, en la prevención o reproducción de problemáticas como el embarazo en la adolescencia y la violencia basada en género? Un estudio de PBX, Grupo de Investigación en Comunicación, Cultura y Cambio Social de la Universidad del Norte, se sumergió en ellos y ellas.
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Por Carolina Gutiérrez
–Yo quisiera saber qué les viene a la cabeza, a la mente, cuando escuchan la palabra sexualidad. Puede empezar la que sea. Sin decirnos el nombre si quiere –señaló la mujer que estaba facilitando un taller con adolescentes del Atlántico, para indagar sobre los conocimientos, actitudes, normas sociales y prácticas que regían su sexualidad.
–Sexo
–dijo alguien después de unos segundos de silencio. Al fondo se escucharon algunas risas.
–¿Ah?
–Sexo
–Ajá… ¿qué más?
–Embarazo –señaló alguien más en un tono muy bajo, entre dientes.
–¿Ah? No escuché bien… Dijeron sexo, ¿Y qué es sexo?
–Relaciones sexuales –dijo una joven y, nuevamente, se escucharon carcajadas.
–¿Alguien más se le viene otra cosa a la mente? ¿Alguien había dicho embarazo? –preguntó la facilitadora.
–Yo, yo dije –respondió una joven.
–Yo también había escuchado, pero no estaba segura –dijo otra.
–Entonces: sexo, embarazo, eso lo que se les viene. Sin embargo, les comento que sexualidad tiene que ver con muchas cosas. No solo con las relaciones sexuales. Tiene que ver con el cuidado de nuestro cuerpo, conocer nuestro cuerpo, protegernos… Tiene que ver con lo afectivo, con sentir emociones, con los sentimientos; con tener un proyecto de vida, sueños, metas. ¿Qué les gustaría ser a ustedes cuando estén grandes?
Esta conversación hizo parte de un estudio que realizó PBX, Grupo de Investigación en Comunicación, Cultura y Cambio Social de la Universidad del Norte en alianza con el Fondo de Población de las Naciones Unidas –UNFPA–. El objetivo era recoger evidencia que permitiera comprender cómo adolescentes y jóvenes, entre los 10 y 17 años, de cuatro municipios del Atlántico (Barranquilla, Soledad, Campo de la Cruz, Santa Lucía), entendían, interpretaban, cuidaban y asumían su sexualidad. El estudio debía centrarse en tres temas: embarazo en la adolescencia, Infecciones de Transmisión Sexual (ITS), incluyendo VIH, y Violencia Basada en Género (VBG). Los resultados servirían para entender las características y necesidades de una población priorizada en un proyecto liderado por el UNFPA y la Organización Mundial de la Salud –OMS–, con el fin de diseñar y evaluar un programa de Educación Integral en Sexualidad por fuera de la escuela. En Colombia se denominó “Tírala Plena” y fue implementado por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar –ICBF–.

Estas agencias de la ONU seleccionaron cinco países para desarrollar este proyecto: Etiopía, Ghana, Irán, Malawi y Colombia. Aquí, en nuestro país, se decidió trabajar en el departamento del Atlántico, con poblaciones en contextos vulnerables, de escasos recursos económicos, con problemas de venta y consumo de drogas, y con alta presencia de personas que migraron de Venezuela. El grupo de investigadores de la Universidad del Norte, liderado por el sociólogo Jair Vega Casanova, se propuso comprender no solo qué pasa por la mente de jóvenes y adolescentes, al asumir cotidianamente su sexualidad, sino también qué pasa por la cabeza de padres, madres y funcionarios públicos, responsables y garantes de sus derechos sexuales, su cuidado y protección. “Si uno quiere explicar el embarazo en la adolescencia o la violencia basada en género no puede quedarse solamente en los comportamientos de adolescentes y jóvenes. Hay otras determinantes, como el contexto familiar e institucional, que es necesario analizar”, explica el profesor Jair Vega.
El estudio se concentró en tres aspectos: conocimientos, actitudes y normas sociales; “tres lupas para mirar esta realidad”, dice el profesor Jair Vega. Luego explica que partieron por los “conocimientos” porque “hay teorías que explican que para que haya un comportamiento deseado en protección, cuidado y decisiones autónomas sobre la sexualidad, lo primero que se necesita es que las personas conozcan. Si no conozco no puedo tomar decisiones claras sobre mi sexualidad. Por ejemplo, muchas prácticas cotidianas son desconocidas como violencia basada en género, incluso por las mismas víctimas. Lo mismo sucede con normas sociales que legitiman comportamientos negativos”. Se realizaron grupos focales con 150 adolescentes entre los 10 y los 17 años. Se entrevistaron 24 padres y madres, y 22 funcionaros.

Se realizaron talleres de análisis de redes sociales, mapas corporales, colchas de retazos. Uno de los principales hallazgos, como lo reflejó la escena del comienzo de este texto, es que los conocimientos de jóvenes y adolescentes sobre sexualidad son “insuficientes”, “carentes de fundamento científico”, “permeados por muchas creencias y argumentos falsos”, “limitados al aspecto biológico y genital de la sexualidad”, como señala el informe ‘Investigación formativa para contar con elementos de contexto para el diseño y la puesta en marcha del proyecto de educación integral en sexualidad –EIS– fuera de la escuela’, que el grupo de investigación le entregó a la UNFPA y está a punto de ser publicado en una revista científica de alto impacto.

¿Qué más se encontró?

Embarazo en la adolescencia: el lente de jóvenes y adolescentes

“Existe un patrón intergeneracional: si una mujer ha sido madre, al menos una vez, antes de los 19 años, la probabilidad de que su hija también lo sea, es alta”, señala el informe del Grupo de Investigación en Comunicación, Cultura y Cambio Social PBX. Bajo esta premisa es comprensible que el embarazo adolescente en Colombia sea una espiral que no cesa. Una de cada cinco mujeres colombianas entre los 15 y los 19 años ha estado alguna vez embarazada, según cifras del Ministerio de Salud. El último dato, de 2021, señala que la tasa de embarazo adolescente en las mujeres de este rango de edad es de 52,8 nacimientos por cada 1000 mujeres (en 2019 era de 57,9 y en 2020, de 53,7).
Ha disminuido, sí. Pero dentro del panorama mundial sigue siendo un reto enorme frenar esta problemática de salud pública que genera impactos sociales, psicológicos y económicos; que arrastra barreras para el desarrollo educativo y laboral de las mamás; que representa un riesgo para las vidas de madres e hijos (muertes maternas, abortos inseguros); que reproduce la pobreza. Para tener un punto de comparación, la tasa de fecundidad adolescente promedio de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en 2019 fue de 21,56 nacimientos por cada 1000 mujeres de 15 a 19 años.

Esta investigación encontró que jóvenes y adolescentes valoran de manera negativa el embarazo a temprana edad, principalmente, porque obstaculizaría sus sueños y ocasionaría problemas con sus familias. Sin embargo, no tienen conciencia sobre otros riesgos y consecuencias, como en la salud y otras dimensiones de sus vidas. No reconocen la Interrupción Voluntaria del Embarazo ni como derecho ni como una opción válida ante un embarazo no deseado o a temprana edad. Consideran que el embarazo en la adolescencia es una consecuencia por desobedecer a los mandatos y límites que establecen las familias y refuerza la sociedad. Coinciden en que el embarazo en la infancia y la adolescencia es un acto sancionable por la población adulta, en cambio, sienten que existe una aceptación social cuando el embarazo conlleva a la formación de una nueva pareja; en estos casos un hijo o hija son considerados “un regalo de Dios”.

En esta parte del estudio se les preguntó por los métodos anticonceptivos. La conclusión: en general sus conocimientos son “muy superficiales” y, en algunos casos,“no muy precisos o errados”. Algunos ejemplos: en Santa Lucía y Campo de la Cruz las adolescentes de 10 a 13 años saben de la existencia del condón, pero nunca lo han visto o aseguran haberlo visto inflado como decoración en fiestas de adultos. Hombres adolescentes de 14 a 17 años de Santa Lucía y Barranquilla mencionaron casos en los que usan “bolsitas de bolis” como condón. Hombres adolescentes de 10 a 13 años de Santa Lucía creen que el viagra sirve como método anticonceptivo. En algunos casos, adolescentes hombres de todas las edades asumen que la pastilla del día después es un método anticonceptivo. En todos los grupos de edades hay jóvenes que coinciden en que el mejor método anticonceptivo es abtenerse de tener relaciones sexuales.

Un hallazgo esperanzador: algunas mujeres adolescentes de 14 a 17 años consideran que, aunque no está bien visto que una mujer le pida a su pareja usar preservativo porque socialmente es visto como una “señal” de promiscuidad, “ya es hora de ir cambiando ese concepto porque la mujer tiene que tomar la iniciativa para protegerse”. Ellas están rompiendo eso que impactó de manera especial a Gabriela Monsalvo Molina, egresada del programa de Comunicación Social de la Universidad del Norte y participante de la investigación: “Hay unas actitudes y creencias alrededor la sexualidad que han cargado moralmente, sobre todo, a las mujeres. Una culpa sobre nuestro cuerpo que cargamos desde muy jóvenes”. Un patrón que no tiene por qué ser condena.

 La mirada de padres, madres y
otros actores

–¿Qué les dicen sus papás y mamás sobre el embarazo?

–pregunta la mediadora.

–Que si voy a tener novio en la adolescencia, que cuidado, que puedo salir embarazada. Mi mamá dice que me mocha la cabeza y mi papá dice que me mata.

–¿Ustedes creen que sus papás sean capaces de eso?

–No

–responde el grupo de jóvenes al unísono.

–Y entonces por qué… ¿para qué les dicen eso?

–interpela la mediadora.

–Para que no lo hagamos, para que no tengamos...

–Y de pronto, ¿no les dicen cómo no quedar embarazadas? 


En este estudio fue reiterativa la voz de jóvenes y adolescentes que expresaron temor frente a un embarazo por la reacción violenta de sus padres y madres. Según el informe: “llama la atención el caso de las adolescentes de 10 a 13 años de Soledad que afirman que igual sus padres no pueden echarlas de la casa, pues no les han enseñado a prevenirlo”. La comunicación fue uno de los temas centrales. Se encontró que “si bien las figuras parentales son reconocidas como
una importante fuente de información, en la práctica, gracias a que no hay suficiente confianza, la comunicación sobre los aspectos más críticos de la sexualidad en los adolescentes no se da de manera fluida. Se contrastan afirmaciones como ‘generalmente hablo de sexualidad con mis padres’ o ‘mis hijos o mis hijas me cuentan todo’ con otras como ‘no tengo confianza para contarles cosas muy personales’ o ‘bueno, hay cosas que no cuentan como por ejemplo cuando tienen un novio o si ya han tenido relaciones sexuales’”, se lee en el informe.

La comunicación es, principalmente, unidireccional: de padres y madres hacia hijos e hijas. Y se basa, sobre todo, en consejos, advertencias, regaños y amenazas, y no en la escucha o en el intento de comprender los puntos de vista y percepciones de los jóvenes y adolescentes. Los padres reconocen que monitorean y establecen límites a sus hijos en temas como el consumo de redes sociales y los horarios de salida y llegada a la casa, pero no frente a asuntos como el noviazgo o la vida sexual, porque asumen que de eso no se habla. ¿Por qué? Porque ellos mismos, padres y madres, no sienten la suficiente confianza para preguntarles a sus hijos e hijas por su sexualidad.

También se encontró que tienen una percepción diferente cuando se refieren a sus propios hijos e hijas, a cuando hablan de los adolescentes en un contexto general: tienen una percepción más negativa del resto de la población joven; consideran que viven su sexualidad de una manera más irresponsable.

Junto a la familia, el otro actor que aparece con frecuencia en las conversaciones con la población joven es la escuela. La mencionan, sobre todo,
para señalar que en ese escenario se realizan “charlas” sobre temas específicos como el embarazo en la adolescencia, los métodos anticonceptivos o la prevención del VIH. Pero se quedan en eso. “La escuela aparece como charlas, no como un proceso sistemático de reflexión, diálogo y aprendizaje… Hay poco reconocimiento de espacios institucionales donde haya una oferta de educación para la sexualidad… Otras instituciones que no aparecen como fuentes de información sobre sexualidad son las entidades de salud y protección”, resalta el informe. Si no encuentran correspondencia en ninguna de estas partes, ¿con quién están hablando los jóvenes sobre su sexualidad, a quién le están preguntando, con quién resuelven sus innumerables dudas?

Este estudio encontró que la gran mayoría de los jóvenes habla de sexualidad con sus pares, porque sienten más confianza, porque no perciben juicios. “Sin embargo, es claro que sus pares podrían tener la misma o menos información de calidad que ellos. Aunque, de acuerdo con los resultados de las entrevistas y de otros estudios similares, es probable que en estos contextos muchas de las figuras parentales y docentes tampoco tendrían mucha información de calidad que ofrecerles”. De hecho, según el informe, uno de los aspectos más críticos está en la preparación de los funcionarios de protección. Mientras en las zonas más urbanas tienden a tener mayor formación en enfoques de género y de derechos, y a trabajar de manera interdisciplinaria, en los municipios más rurales, en algunos casos reproducen las creencias y normas sociales que se quieren transformar.

En este escenario, ¿qué se puede hacer?

Recomendaciones para frenar la espiral

Para comenzar, se necesita cubrir el enorme vacío del desconocimiento. Y para esto, la propuesta pedagógica debe partir de conocimientos básicos sobre sexualidad adolescente. “Los jóvenes deberían tener toda la información para tomar decisiones conscientes, para vivir en plenitud, no solo en ese ámbito sino en todos los de su vida, pero la sexualidad es fundamental”, dice Gabriela Monsalvo, participante de la investigación. Se necesitan estrategias que permitan construir confianza y acuerdos de confidencialidad. Se necesitan espacios de formación intergeneracionales para padres, hijos e hijas, que permitan generar capacidades para dialogar sobre sexualidad.

Se necesita una reflexión colectiva, como sociedad, para desmontar normas sociales que interfieren en las prácticas de la sexualidad adolescente, como las expectativas de maternidad o paternidad. “Casos como, por ejemplo, en que el embarazo en la adolescencia es aceptado socialmente cuando se conforma una nueva pareja, puede llevar a otros embarazos consecutivos. O cuando los funcionarios cuestionan a las víctimas de violencia sexual por la forma de vestir ‘provocativa’, lleva a la revictimización”, resalta el estudio.
“Tenemos que seguir generando evidencia contundente”, dice el profesor Jair Vega. Él, que lleva quince años investigando estas problemáticas y ha visto con frustración cómo algunas de ellas se han mantenido o profundizado, dice que es esencial que las estrategias de prevención y promoción de educación sexual estén basadas en evidencia, como este estudio. “Se han hecho esfuerzos, pero no dan resultado porque en muchos casos se improvisa, se especula”, señala Jair Vega.

De hecho, la motivación inicial de esta iniciativa global está en que sabemos muy poco sobre el rol de los mediadores o facilitadores en Educación Integral en Sexualidad. ¿Qué características necesitan para ser más efectivos? ¿Quiénes generan mayor confianza? ¿Qué perfiles deberían estar en ese rol? No existe una evidencia sólida en la literatura al respecto. Por esto, el profesor Jair Vega está trabajando con la OMS, junto a un equipo de investigadores y estudiantes del semillero de PBX en Colombia, y equipos de investigación de Etiopía, Ghana, Irán y Malawi, en un nuevo estudio multipaís para responder a estas preguntas. La investigación apenas está comenzando, pero ya hay elementos que le permiten a Jair Vega decir, por ejemplo, que es fundamental que se construyan procesos de diálogo más horizontales, en los que se contemplen las expectativas,
conocimientos, actitudes y normas que rigen a los jóvenes y adolescentes. Una comunicación que permita crear juntos, no imponer. Un proceso que en lugar de “adoctrinar” contribuya a la toma de decisiones autónomas e informadas por parte de la población adolescente.

“Cuando pensamos que el problema es solo de la adolescente que se embaraza, terminamos revictimizando, porque cuando a la adolescente se le garantizan el derecho de información, el acceso a métodos de prevención y el acceso a una educación de calidad (el derecho y las condiciones para tomar decisiones autónomas), la posibilidad de que se produzca ese embarazo se reduce. Lo mismo sucede con los adolescentes hombres, por eso hay que trabajar también en masculinidades”, concluye el profesor Jair.

*En la investigación formativa participaron: Jair Vega Casanova (investigador principal), Natalia Buitrago Rovira y Greys Jiménez Barrios (investigadoras), Moisés Carrillo García y Gabriela Monsalvo Molina (asistentes de investigación). En la segunda fase están participando adicionalmente: Camilo Pérez Quintero, Jenny Peña y Karen Adrians (investigadores).