“El humor es una de las formas más acertadas de asumir la existencia“: Matador

Julio César González, mejor conocido como Matador, es un hombre de trazos inconfundibles que han adornado, durante la mayor parte de las últimas dos décadas, las páginas de los medios más importantes a nivel nacional, como El Tiempo, El Espectador, Soho y Cromos.
Aunque considera que su trabajo es más “pintar mamarrachos que otra cosa”, este pereirano, publicista de profesión, pero dibujante por convicción, ha sido reconocido con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar como mejor caricaturista en 2009, y con el premio a mejor caricatura por el Círculo de Periodistas de Bogotá en 2013.
El pasado 10 de febrero, como parte de la serie de eventos que ofreció Uninorte en el marco del Carnaval de las Artes 2017, Matador realizó una sesión de dibujo en vivo, mientras dialogaba con la profesora Carmen Viveros, estudiantes y demás miembros de la comunidad universitaria sobre diversos tópicos, como su percepción del país, el poder que tiene un caricaturista y cómo se crea una caricatura de un presidente.
¿Por qué ‘Matador’?
Matador es solo un apodo que decidí colocarme. La gente piensa que es porque me encantan los toros. Sí me gustan, pero vivos. Me causa curiosidad cómo unos matan toros, pero otros con la misma violencia van y atacan a los antitaurinos.
¿Qué es el humor para usted?
Es una de las formas más acertadas de asumir la existencia. De todas maneras, nos vamos a morir. Por eso hay que disfrutar, hay que reírse. Y es una buena herramienta para llegar a los jóvenes. Por eso nadie los tuvo que obligar a venir a oírme decir pendejadas (risas).
Yo lo que hago como caricaturista es coger un personaje y demostrar en pocos trazos lo que es. Con unas pocas líneas puedes expresar muchas cosas. Por eso pega tanto en los periódicos hoy que la gente está más atareada y no tiene tiempo para sentarse a leer. Un estudio de lecturabilidad de El Tiempo dice que la gente abre el periódico y primero se va a las caricaturas, cosa que habla mal de los periódicos, pero bien de los caricaturistas.
¿Cómo es el proceso de dibujar a un personaje público?
Uno trata de desnudar al poder como caricaturista. Ese poder que nos obnubila y nos hace pensar que esa franja no son personas comunes y corrientes. Entonces se trata de exagerar la vaina y de incluir ciertos detalles que son los que hacen la caricatura. Por eso ustedes ven que pinto a Santos con cascos y a Uribe con crocs. Los accesorios hacen al personaje más creíble.
El político que más he dibujado creo que es Uribe. Hasta dormido creo que lo dibujo. Cuando llegó a la presidencia él no era ‘muy churro’, pero tampoco había rasgos de donde sacarle una caricatura y eso nos costó muchísimo al principio. Pero en los últimos 10 años ya ha sido mucho más fácil porque se ha vuelto un viejito decrépito con manchas como las del Sr. Burns; es abuelo y los hijos se volvieron millonarios vendiendo manillas. Eso habla muy bien de la artesanía del país.
¿Cree que la caricatura puede generar impacto social? ¿Se puede pasar de la risa a la acción?
Yo creería que sí. Lo que no asegura que vaya a tumbar a un presidente. En el siglo pasado una caricatura lograba tumbar a un ministro, pero hoy son tan descarados que si uno los pinta como ratas, le cortan la cola al dibujo y lo enmarcan para que se lo firme.
¿La caricatura puede ayudar a grupos periféricos, como en el caso de Podemos en España, que estén tratando de abrirse campo en la política?
Con la caricatura se pueden hacer muchas vainas, pero no se puede volver partidista. Los uribistas me catalogan de santista. Yo reconozco el hecho que este gobierno haya hecho el proceso de paz, pero ya no puedo tomar partido porque ya no sería gracioso. Si Santos la caga hay que darle. Ni de izquierda, ni de derecha, sino desde abajo tirándole a los de arriba.
¿La caricatura tiende a la repetición?
Antonio Caballero dice que se puede traer a una caricatura de hace 40 años, cambiarle las caras y esta funciona. La desigualdad era la misma o peor. Había guerrilla, asesinatos, pobreza y eso no ha cambiado. Son los mismos personajes dando vueltas.
¿Cómo dibujaría a Donald Trump?
Para el mundo es terrible que haya ganado un tipo como Trump, pero para un tipo que se dedica a lo que yo hago… yo hasta habría votado por él.
Los caricaturistas gringos lo pintan con las manos diminutas y él maneja toda la presidencia con Twitter, así que lo hacemos con celular y unas manitos. (Le dibuja a Trump unos glúteos en lugar de un rostro). He optado por dibujarlo con cara de culo porque en menos de 20 días que lleva en la presidencia tiene esto vuelto un mierdero. Mire lo terrible que es que Trump quiera pasar por encima de la justicia y la constitución. Pero la historia siempre ha estado llena de tontos con poder.
¿Y Maduro?
(Dibuja el rostro de Nicolás Maduro y lo contornea con un testículo) Maduro es una güeva, hermano. Es muy fácil dibujarlo. Pero donde yo haga esto en Venezuela voy pa’ la cárcel. Aquí en Colombia menos mal uno puede decir lo que quiera, pero sí lo putean a uno mucho en las redes sociales.
¿La caricatura tiene límites?
Creo que es más válido preguntar si es válido reírse de todo. Se puede reír de Dios, de la muerte, de los políticos, del deporte, hasta de las tragedias. Recuerdo hace 30 años con la tragedia de Armero, cómo poco después empezaron a salir chistes de humor negro sobre ese tema. Porque el humor es una válvula de escape para ese dolor que se origina en las personas.
Pero yo tengo una máxima en mi vida de no hacer caricaturas de la vida privada de la gente. Si alguien tiene una inclinación sexual, si es borracho o drogadicto y eso no ha salido a la luz pública, no me meto con eso.
¿Qué sintió con el ataque a Charlie Hebdo?
En Europa existe un choque de culturas muy fuerte. Hay musulmanes muy radicales y si hay algo que no se vincula es la radicalidad y el humor. Eso fue una tragedia terrible, pero un colega me dijo que fue lo mejor que nos pudo haber pasado pues todo el mundo se empezó a preocupar y a llamarnos a preguntar cómo estábamos (risas).
Lo cierto es que hay chistes de Charlie Hebdo que aquí jamás se publicarían, porque allá nos llevan cien años en temas de libertades.
¿Cómo recibe críticas por temas de religión o sexualidad?
Yo me hago el güevón. Mire, mi papá fue la primera persona que se sometió a una eutanasia legal en Colombia y a mí empezaron a decirme que soy un parricida, pero yo a esas personas les contesto con humor. No me da rabia porque son gente anónima en una red social. Uno tiene que tomarse la vida con humor y las ofensas no devolverlas personales sino con cheveridad.
¿Alguna vez le han quitado una caricatura de un medio?
Jamás. Yo he mandado unas cosas horribles y al otro día salen, porque las audiencias han cambiado. Hace 30 años uno no podía decir ‘teta’, ‘culo’; no podía meterse con la iglesia o con la policía, porque no te publicaban.
¿Es una espala de doble filo reírnos de nuestras desgracias? ¿Eso nos condiciona a no despertar?
La cuestión del colombiano es que no quiere despertar. Se quejan del crimen, pero prefieren seguir viendo la telenovela de Popeye. Es una cuestión del individualismo crónico hacia el que viramos, que causa que no haya cohesión social. En otros países tumban presidentes, pero aquí cogen a un corrupto y este se paga los mejores abogados con la plata que se robó. La justicia no opera. Pero aún hay esperanza en muchas cosas.
¿En qué cosas se esperanza?
Esperanza Gómez me encanta (risas). Pero la esperanza radica más que todo en los niños, en que seamos –como decía Garzón– “mínimamente cívicos” con nuestros vecinos y en que confiemos en lo que hacemos. En pocas palabras, en no ser un hijueputa.
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