La primera vez que

La primera vez que

el mundo

fue global

BALDOSA

El tránsito humano por el istmo de Panamá en el siglo XVI posibilitó la conexión de cuatro continentes en un mismo punto. Ahí surgieron dinámicas sociales que son huellas de la pluralidad de identidades que caracterizan a América Latina.

Por Jesús Anturi
Editor Intellecta
anturij@uninorte.edu.co

Los enterramientos evidencian que había un uso intensivo del terreno y a muy poca profundidad.

En 1671, el inglés Henry Morgan llevó a cabo uno de los ataques piratas más recordados de los muchos que sufrieron las colonias españolas en América: destruyó casi en su totalidad la ciudad de Panamá. Antes, otros piratas habían fallado en el intento de invadir este sitio tan importante en la ruta comercial colonial, hasta el punto que los mismos españoles eran incrédulos de que fuera posible hacerlo. Y como entonces no se escuchaba eso de que “seguro mató a confianza”, el puerto más importante del pacífico no contaba con murallas que lo protegieran. Aunque las características geográficas del istmo permitía que la ciudad estuviera a cierta distancia del Caribe, donde se encontraban los corsarios enemigos de la Corona, a quienes no les era fácil atravesarlo.
Cuentan los historiadores que Morgan estuvo por cerca de un mes en la ciudad, la saqueó, la quemó y se marchó. Luego Panamá trasladó su ubicación y las ruinas de la antigua ciudad, que se fundó en 1519, quedaron abandonadas como un leve recuerdo de la población que alguna vez la habitó. Bethany Aram, doctora en Historia y profesora de la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla, España, sabe que la de Panamá Vieja es una situación privilegiada para realizar estudios históricos a profundidad sobre la edad más temprana de la presencia española en América Latina. Tiene un contexto claramente delimitado en el tiempo y muchas preguntas por responder acerca de lo que llaman la primera globalización, ese momento en que América se convirtió en el punto de encuentro de los cuatro continentes.
Aram, que se ha especializado en estudiar documentos de archivos históricos para conocer el pasado, no está conforme con el protagonismo preponderante de los españoles en la historia oficial que se cuenta de la colonia americana. Busca fuentes primarias que posibiliten contrastar lo que está en la documentación; cree en la conveniencia de una historia plural, y confía en que Panamá puede dárselo. Así se encuentra con el trabajo de Juan Guillermo Martín, doctor en Arqueología y director del Museo Mapuka de la Universidad del Norte, quien por más de 10 años estudió enterramientos en Panamá Viejo para identificar la población que vivía en la zona durante la colonia y la época prehispánica, y lo invita para que haga parte de un proyecto de investigación que contraste la evidencia de la arqueología con la que reposa en los archivos históricos.  

La arteria del imperio

Panamá fue el puerto más importante del lado pacífico para el reino español durante la colonia, pues posibilitaba el tránsito hacia el Caribe desde el sur. Por aquí pasó todo el oro y la plata que salió de Perú y Bolivia, y todos los bienes que llegaban de España que iban a esa parte del continente. El camino para cruzar el istmo estaba protegido por dos fortalezas en la entrada por el Caribe: el Fuerte de San Lorenzo, ubicado en la desembocadura del río Chagres, y el fuerte de la bahía de Portobelo, que en sus inicios estuvo en Nombre de Dios, pero que constantes ataques de piratas, sobre todo de Francis Drake, llevó a trasladar de lugar. La ruta entre Portobelo y Panamá, conocida como el Camino Real, era totalmente terrestre y servía para mover los tesoros del rey traídos del sur. Ahí se realizaban las famosas Ferias de Portobelo, que duraban 40 días. Su papel en el comercio lo convertían en un sitio atractivo para los piratas como Drake o Henry Morgan.

La entrada por el río Chagres era una ruta más rápida hacia Panamá y estaba protegida por un fuerte que a la vista parecía inquebrantable para los enemigos. El arqueólogo Tomás Mendizábal, investigador del proyecto, dice que ahí se llevaron a cabo varios conflictos militares, dado que siempre hubo interés de atacar Panamá. “Una de las batallas más célebres que se dio aquí fue la toma del fuerte por Henry Morgan, a finales de 1670, cuando venía a atacar Panamá. Morgan reunió la flota de barcos y piratas más grande que se había visto hasta ese momento en el Caribe y mandó a sus hombres a atacar por atrás. Fue una batalla cruenta que, según las crónicas, duró tres o cuatro días”. Los piratas toman el castillo y al entrar Morgan triunfalmente a la boca del río Chagres choca con un arrecife que termina por hundir su nave insignia, el Satisfaction.


Son los inicios de “Una arteria del imperio” (An Art of Empire), un proyecto financiado por el Consejo de Investigación Europeo en el marco del programa Horizonte 2020, que desde 2016 reunió a un equipo interdisciplinario de científicos para comprender lo que se vivió durante el periodo entre 1519 y 1671 en Panamá, desde donde se fraguó la conquista española del continente suramericano, en medio de un contexto de expansión poblacional español que incentivó la construcción de identidades diversas.

“Lo que en realidad nos interesa es la cuestión de la primera globalización y los retos y estrategias de supervivencia, de enriquecimiento, de promoción social, que desarrollan los actores de distintos orígenes que se encuentran en el istmo por la importancia estratégica de la zona. El periodo de mayor concentración es entre el siglo XVI y XVII, porque en ese momento las personas y productos de cuatro continentes, inicialmente con contactos muy limitados entre ellos, empiezan a entrar en conexión y en conflicto de una manera sin precedente y con una intensidad particularmente importante en estas regiones”, dice Aram.

Reconstruir la fotografía del pasado a una escala más veraz llevó a la vinculación de otras disciplinas. A la revisión del archivo histórico y el análisis arqueológico, se unieron expertos en bioarqueología, biogenética e isotopía, cuyo objetivo es levantar una base de datos enorme que pueda ser cruzada para responder las hipótesis surgidas por cada investigador.

Cerca de 20 investigadores de la Universidad Pablo Olavide, la Universidad del Norte, The Curt-Engelhom-Center for Archaeometry de Alemania (CEZA), la Universidad de Pavia, Italia, y asesores independientes, se unieron a este mega proyecto único en su especie para entender el proceso de colonización en América Latina.
 

La historia de la gente del común 
Pocos registros históricos narran la vida de la gente en una ciudad colonial. Todavía habrá quienes piensen que estas eran poblaciones fundadas y habitadas por europeos. Los restos humanos que Juan Guillermo Martín ha encontrado en los enterramientos de Panamá Vieja señalan claramente que no era así, sino que se trataba de poblaciones mixtas, mucho más heterogéneas de lo que se pensaba y de lo que la documentación histórica deja entrever.

“Una de las grandes contribuciones de la arqueología es la de aportar información que normalmente no encontramos en los registros históricos de archivo. Ahí está la versión del vencedor y en algunos casos exagerada. La arqueología nos muestra esas otras dinámicas que no están registradas, y básicamente le da voz a los que no tienen voz en el pasado”, señala Martín en una de las excavaciones que realizaron en la Catedral de Panamá Vieja, lugar que escogieron para el estudio, porque ahí fue enterrada la mayoría de la población de la ciudad, por lo que cuentan con una muestra muy diversa que da pistas de una relación más estrecha entre europeos, africanos, indígenas, mestizos y asiáticos.
El trabajo de campo arqueológico, que se llevó a cabo en dos periodos entre 2017 y 2018, dio como resultado la recolección de 175 individuos, entre los cuales se cuentan más de 60 enterramientos primarios (individuos completos), los más valiosos para extraer datos sobre la población. Además, se hallaron restos sueltos que componen una muestra de cerca de 400 individuos.

Desde el momento que empiezan las excavaciones, los arqueólogos identifican información de la historia. Por ejemplo, en la Catedral, los enterramientos se encuentran a apenas 35 centímetros de profundidad, hecho que relacionan inmediatamente con las descripciones de siglo XVII sobre el mal olor que había en el lugar; y el que muchos de los cuerpos estén desarticulados habla de un uso intensivo de los sitios de enterramiento: los cuerpos eran removidos constantemente para meter otros. Se conocen dos eventos que podrían explicar esta acumulación de enterramientos: dos epidemias que sufrió la ciudad, una en 1641 y otra en 1655, en las que mucha gente murió.


Javier Rivera realiza el análisis bioantropológico de los restos óseos hallados;
busca pistas de cómo eran los individuos.


Javier Rivera, doctor en Arqueología y profesor de Historia de Uninorte, se ha especializado en el estudio bioantropológico de los restos óseos humanos. Entra en acción apenas los huesos son llevados al laboratorio. Basta con darle una mirada para que identifique si es hombre o mujer; observa un poco más detenidamente y lanza una aproximación de la edad; ya en el detalle infiere enfermedades que probablemente padeció en vida el individuo. Es como armar un rompecabezas con piezas incompletas y sin tener claridad sobre cuál es la imagen que se busca. La clave es afinar el ojo. En campo, Rivera hace una mirada general de cómo está el enterramiento para determinar el modo en que se ubicó el cuerpo, si hubo contenedor o si fue amortajado. Los resultados narran una imagen llamativa: el 55,42 % de los individuos son femeninos o se tienen altas probabilidades de que lo sean; el 30 % se ha identificado como individuos masculinos. Más interesante aún es la relativamente alta población negroide, poco más del 18 %, mientras que el 12 % tiene filiación europea, y el 5,7 % indígena.

“Hay que considerar las dificultades que hay para hacer este tipo de análisis al no tener todos los elementos óseos a disposición, pero esto nos da una muestra representativa de la población, que además fueron enterrados en la Catedral, que se supone era un espacio exclusivo porque había que pagar los derechos de inhumación y demás. Con los historiadores estamos trabajando para identificar quiénes eran esas mujeres africanas”, dice Rivera.

La muestra indica que la mayoría de restos son de individuos que murieron en un rango de edad de entre 18 y 35 años. Las lesiones más frecuentes en los huesos responden a cambios entésicos (relacionados con aspectos de actividad física) con el 26,29 % sobre el total de la muestra; seguido por lesiones de tipo infeccioso con el 25,71 %; y lesiones asociadas a estrés nutricional como la hiperostosis porótica (24,57 %) y la criba orbitaria (7,43%). El análisis más minucioso permite inferir la estatura, asociar actividades cotidianas que realizaba el individuo y qué tipo de lesiones se produjeron en vida. Como todo en este proyecto, y como en general pasa en la ciencia, los arqueólogos son conscientes de sus límites y no se atreven a lanzar hipótesis más exactas. Para eso esperan el resultado de la genética y la isotopía. La primera, a cargo de Alessandro Achilli, doctor en Ciencia Genética y Biomolecular adscrito a la Universidad de Pavia, entregará respuestas más exactas sobre el perfil genético de las muestras y ayudará a identificar las migraciones poblacionales. Por el lado de la isotopía, Corina Knipper, investigadora del CEZA especializada en la dieta humana y animal en el pasado, lidera los análisis de carbono y nitrógeno para saber qué comían las poblaciones; y de estroncio para identificar el origen de procedencia (este elemento se fija en los huesos, dientes, uñas y pelo de los seres humanos durante toda la vida, pero el de los dientes no cambia y permite identificar el lugar en dónde creció). Esta técnica permitirá contrastar, por ejemplo, si uno de los individuos de origen negroide encontrados nació en Panamá o si llegó de África o de Europa. 

Al mismo tiempo, Javier Aceituno, doctor en Arqueología Prehistórica e investigador de la Universidad de Antioquia, extrajo almidones y fitolitos (biomineralización de origen vegetal) de cálculo dental en los restos humanos de Panamá con miras a identificar la dieta de esta población. “Estos son restos microscópicos de plantas que se conservan en los yacimientos arqueológicos y con estas partículas podemos identificar las plantas que comían en el pasado. Hasta el momento hemos recuperado almidones de maíz, yuca, leguminosas y achira. Las dos primeras son de las plantas más importantes de América”.

 

Vida prehispánica
Entre 11 500 y 12 000 años oscilan las evidencias de poblamiento temprano en Panamá. En el punto de estudio, la ciudad colonizada por los españoles, ya se encontraba una comunidad indígena que por lo menos tenía 1500 años de ocupación. Cuenta Martín que esta comunidad prehispánica tenía una relación estrecha con otras nativas del noroccidente colombiano; hecho que se identifica en lenguaje bastante homogéneo del estilo cerámico o los motivos decorativos. “Los españoles se ubicaron ahí porque buscaban un lugar ya consolidado, domesticado, en un ambiente tan hostil, pues esta región es muy lluviosa, con una vegetación densa. Estos pobladores les enseñan a sobrevivir ahí, sobre las técnicas de pescas más apropiadas para aprovechar los recursos marinos, los campos de cultivo. Esto facilita el proceso de conquista y colonia posterior”.

Y es que el istmo no solo fue importante para los españoles. Es un punto clave en el poblamiento de América, tanto humano como de fauna. Si la biodiversidad del continente se explica por las migraciones animales que este propició, parte del crisol de razas y culturas que habitan América Latina son reflejo de lo que ocurrió con estas poblaciones durante la colonia.

Reinterpretar el archivo

La destrucción de Panamá en 1671 borró gran parte del archivo histórico que se tenía de la ciudad. Así que los historiadores del proyecto se han centrado en los archivos que reposan en España y Perú que hacen alusión a lo que pasaba en el istmo. La tarea pasa por la revisión de más de 10 000 archivos documentales, que incluye cartas, órdenes, actas judiciales, pleitos, relaciones de bienes de difuntos, inventarios de bienes, testamentos, almonedas, interrogatorios, contabilidad, sentencias, repartimientos, visitas, poderes, relaciones de méritos, pleitos entre partes, juicios de residencia, incautación, contratos, asientos, compraventa, nombramientos o compras de cargos.
Bethany Aram es consciente de que a lo mejor no son los primeros que buscan respuestas allí, pero entiende que un mismo documento tiene muchas posibles lecturas y muchas posibles interpretaciones. “Lo importante es que la historia sea plural, que haya muchas historias, cuanto más mejores, sobre todo si estamos hablando de historias de la gente común”. Cada investigador y cada generación lanza sus preguntas particulares a la fuente, y los investigadores tienen claro qué quieren saber: ¿qué estrategias de supervivencia se forjaban y cómo se dieron entre las distintas poblaciones?, o ¿cuándo se pueden estudiar e identificar estrategias de hibridación, colaboración e, incluso, de rechazo, resistencia?

Amelia Almorza, investigadora posdoctoral del proyecto, está estudiando el Archivo de Lima, donde busca información sobre la circulación de productos europeos en el Virreinato del Perú y el papel de las mujeres españolas en la introducción de nuevos hábitos de consumo en el mundo colonial. Panamá era la garganta del Perú, casi toda su población entró por ahí, y era el puente que comunicaba este rico territorio con España.
“En la segunda mitad del siglo XVI, Perú protagoniza un impresionante crecimiento económico gracias a toda la plata que empieza a fluir desde las minas de Potosí. Los grandes mercaderes empiezan a organizar sus impresionantes redes financieras y mercantiles entre Sevilla, Panamá y Lima, gracias a la fundación de compañías comerciales y a la distribución de factores por todo el territorio”, cuenta Almorza. Esta relación explica que en el archivo limeño reposen fondos documentales para estudiar la audiencia de Panamá.

Cierto es que fue un proceso traumático para los nativos, que se vieron abocados a un sistema distinto, a la imposición de una religión, de una lengua, que llevó a que parte de estas poblaciones desaparecieran de Panamá rápidamente. Sin embargo, las dinámicas colonizadoras de los españoles y sus obras ambiciosas les demandó mano de obra indígena de otros sitios de las Antillas. Entonces trajeron gente del actual territorio nicaragüense, a lo que se sumaría la fuerza africana. 
Incluso entre estas dos razas se dieron intercambios interesantes. Un caso particular está relacionado con la práctica de afilamiento dental —modificación en los dientes para darles una apariencia en forma de picos, principalmente los incisivos—, que todavía se mantiene en el África subsahariana y que indígenas nativos adoptaron.
En algunos casos la primera globalización se ha malentendido como la influencia europea en el continente americano, pero se deja de lado el impacto que tuvo América hacia los conquistadores y hacia el continente europeo o asiático o que se originó en las nuevas tierras. Cuando los españoles y extranjeros llegaban tenían que adaptarse si querían sobrevivir, y aunque traían un bagaje cultural tuvieron que cambiar sus procesos de adaptación, que es muy evidente en la arquitectura o la comida. “Hoy se habla de salsa boloñesa o del chocolate suizo o las patatas bravas como productos típicos de países europeos, pero estos no serían posibles sin la influencia del continente americano. Eso es lo que nosotros entendemos como la primera gran globalización”, agrega Martín.

Una historia inclusiva
El propósito del proyecto “Una arteria del imperio” no es excluir la historia que se ha contado de la colonia basada en la documentación aportada por los historiadores; se trata es de reconstruir una versión alterna contada por la huella que dejó la población más general, la que normalmente no tiene cabida en los libros. Desde todas las disciplinas científicas involucradas se ha centrado la atención en un mismo objeto de estudio que al final servirá para reconstruir vivencias más parecidas a la pluralidad que identificó a la realidades americanas desde la edad temprana de la colonización.
Son respuestas contrastadas que se pondrán a disposición de cualquier interesado en conocerla, gracias una gran base de datos que se está construyendo con los hallazgos de todas las partes. “Panamá es un referente obligado para la historia común de la América hispanohablante. Este proyecto nos va a ayudar a conocer la historia del resto de América y cómo nos relacionábamos todos desde el principio”, dice Julieta de Arango, directora ejecutiva del Patronato Panamá Viejo.
Asimismo, el proyecto ha despertado nuevos interrogantes que luego llamarán la atención de otros investigadores, como las dinámicas de inserción social de género o la supervivencia de distintas poblaciones involucradas en el proceso. Por ahora lo importante es que en América se empiecen a imponer las crónicas de un pasado más glorioso para los verdaderos descendientes que forjaron la identidad que define la actualidad de las ciudades de esta parte del mundo.