Norman Mejía, ¡la mujer castigadora soy yo!

 

 

 

Hace 8 años, en una tarde de abril, un hombre de irreverentes pinturas dejó de darle vida a los lienzos, para pasar a la historia y ser recordado en la memoria, y en los póstumos homenajes y exposiciones de sus obras.

Norman Mejía, el hombre cuyo retrato podría pasar desapercibido por un pensador presocrático, un mago gótico, o con el mismo Merlín por su larga y plateada barba sapiente. Con su aspecto anglosajón lleno de misticismo, quizás nunca pensarían que su terruño es la ciudad amurallada, sofocante por el calor del medio día, la ciudad de las cocadas y los paseos en carruaje, pero también de la desazón de la disparidad social, Cartagena.   

 

“Norman fue poco comprendido en el Caribe, porque era un hombre diferente, de pronto estábamos más acostumbrados a una pintura decorativa, más realista, y él, con estos cuadros tan fuertes, no fue tan bien acogido aquí, pero en Bogotá fue un éxito, con las mejores críticas de la época y en los Estados Unidos lo mismo. Pienso que, cuando joven, él fue considerado una de las estrellas del arte colombiano” María Eugenia Castro, directora del MAMB.

 

 

 

Norman Mejía

 

Estando en sus veintes Norman decide comenzar sus estudios secundarios en la academia militar de Miami, pero fue en Europa en donde descubrió su vocación de artista. Al regresar a Colombia en 1964, con sus cuadros irreverentes, se dirigió hacia la crítica de arte argentina, Marta Traba.

 

“Sus formas, sus colores, sus asociaciones, su imaginación deformante, su convulsivo y enorme mundo físico han socavado la edénica tranquilidad del arte colombiano que ni los relámpagos deslumbrantes de Obregón, ni la risa bárbara de Botero habían conmovido realmente a fondo” Marta Traba sobre Norman.

 

En ese entonces Norman era tan solo un joven de 27 años de barba roja y de ojos claros que irradiaban cierta inocencia. Marta, al descifrar el sentido de sus obras, lo invitó a participar en el Primer Premio en Pintura en el Salón Nacional de Artistas en 1965; y bienaventurado fue su pulso de pintor que llegó a ocupar el primer puesto con la obra llamada La horrible mujer castigadora, utilizando una técnica mixta de gran formato.

 

Ella, La horrible mujer castigadora, reflejaba el sufrimiento de miles y miles de mujeres y hombres colombianos que vivían a diario las horrible noche de la violencia sociopolítica nacional.

 

Sus líneas expresivas y violentas le dieron vida a una infinidad de lienzos en los que se destacaba una figura femenina macerada, torturada y erotizada, y que lo llevaron a la fama, y a su vez, a la incomprensión desmedida de sus obras que reflejaban la vomitiva tragedia nacional.

 
“Las obras de Norman no eran fáciles de comprender, implacable con los prejuicios de la estética rancia, más que exhortar o injuriar, respondía a la exploración respetuosa en los misteriosos comportamientos de la materia cruda, en sus combinaciones posibles y sus accidentes. Había elaborado una teoría del arte de lo más racional, sorprendente y original. Su pintura era considerada audaz e irreverente, y se ganó el aplauso de la crítica más importante de la época”, destaca Eduardo Escobar en unas líneas dedicadas a su amigo Norman.
 

Retrato de Norman Mejía

Con el sueño de buscar un mejor futuro para su trabajo, Norman decide experimentar en la ciudad que nunca duerme y con docenas de artistas que exhiben su talento en sus calles, New York.  Una vez en la famosa galería Marlborough le dieron un diagnóstico deprimente: sus cuadros son como los leones, todos los admiran en el zoológico, pero nadie quiere uno en su casa. 

 

Cuando regresó a Colombia en 1992, como si aquella opinión hubiera sido un dictamen radical, su pintura da un vuelco significativo. Pasó de las crucifixiones rosadas y las horribles mujeres castigadoras,a unas construcciones rosas y azules. Llena de objetos heterogéneos, muñecos de caucho, afiches rotos adrede, espejos cuarteados, bolas de vidrio, zapatos, frascos de colores, sombreros, bastones de pastor, ropa sucia, y cucarachas. Su padre, Don Alfonso, pensaba que si acaso pusiera un poco de azul en los horizontes como su amigo Obregón tendría suerte. 

 

“Norman trasegó como un demonio en los horribles rincones de la violencia, la pasión y la locura del mundo infame que palpó a su alrededor. Norman asumió esta poética con tal fervor que se aisló a conciencia de sus semejantes y se entregó, cuando aún le quedaba media vida por delante, al misticismo de astrólogo reflejado en las pinturas de sus últimos años” Álvaro Medina, historiador de arte.

 

Norman Mejía

Tiempo después Norman desapareció del mundo artístico. Se encerró en su casa en Puerto Colombia, Atlántico, durante sus últimos siete años de vida, los cuales transcurrieron literalmente en la oscuridad. Cubrió las ventanas de su apartamento con bolsas de plástico negro, teniendo como únicos acompañantes sus lienzos y pinturas. Convirtiéndose en un misterio hasta su fallecimiento en abril de 2012. 

Por su fuerte carácter y su indomable terquedad, hoy existen más de 5.000 obras del artista que el país aún está por descubrir. Algunos lo catalogan como testarudo, necio y excéntrico, pero también como alguien genial, alegre, ingenuo y generoso. Más allá de aquellas etiquetas, Norman murió creyendo en la vehemencia de sus pinturas, y en el grito de lucha que emanaba las mujeres que pintaba. La mujer castigadora es él, las mujeres, el pueblo, y somos todos los que en este país han sido relegados por la indiferencia y la violencia sistemática.