Las cuatro lecciones que Pilar Osorio aprendió de una "rabieta"

A partir de su experiencia, la profesora del Instituto de Idiomas contó cómo la retroalimentación de los estudiantes puede ser clave para diseñar actividades y estrategias pedagógicas efectivas.

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Pilar Osorio, docente del Instituto de Idiomas.

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03 jun 2020

Durante este mes, en la clase Competencias Comunicativas estamos enseñando oralidad, pero en tiempos de pandemia, la oralidad irónicamente parece imposible de enseñar. Resalto la ironía porque, como alguien que está pasando la cuarentena sola, lo único que me ha mantenido a flote ha sido la oralidad de mis amigos, de mi familia, de mis compañeros de trabajo, y claro, los chats con mis estudiantes, y aún así no sé cómo enseñarla.

Este ha sido mi mayor reto en estos días. He leído, buscado ejemplos, conversado con compañeros, pero como la vida tiene un sentido del humor tan bonito, la respuesta ha venido de mis estudiantes, justo durante la semana del profesor. Esta es la historia de mi rabieta y las cuatro lecciones que me dieron mis estudiantes. 

El lunes empezó de maravilla: la semana pasada había propuesto a los chicos hacer un video en el que debían jugar a ser un personaje de Caperucita Roja invitado a una charla TED. Hubo ideas geniales: el lobo se comió a caperucita en tiempos de COVID-19, el leñador era el amante de la abuela, etc. Con este material tenía la semana muy organizada: en la primera clase hablaríamos de escucha activa y luego analizaríamos algunos videos. Al final de cada video mis estudiantes pondrían en práctica lo aprendido en los videos de agenda Ñ. Durante la segunda hora de la semana continuaríamos con el ejercicio. Simple, claro, organizado y cumpliendo con objetivos de aprendizaje. 

La rabieta

Al final de las tres primeras clases (repito la clase tres veces), los tres grupos expresaron estar contentos. Me fui a dormir feliz. El martes hice por primera vez la segunda clase. Cuando le pedí a uno de los chicos que reformulara, me dijo: “esto está muy aburrido”. Lo invité a explorar esa aburrición y su respuesta fue simple pero contundente: todos estamos haciendo lo mismo. La clase terminó y mi ánimo cayó como pepa de mango. Me puse a trabajar en mi investigación, y sí, refunfuñé de mis estudiantes y me pareció que eran unos ingratos. 

Dormí mi bronca y al día siguiente cogí el diario de profe que tengo (un texto en el que escribo cómo me siento en mi labor docente). Fue entonces cuando salió: había algo demasiado irreal en el ejercicio, y la fantasía repetida se vuelve agobiante (como las telenovelas de mediodía). Decidí entonces tomar un riesgo: la excesiva realidad. Coincidencialmente esta semana era LASA, el congreso más importante en estudios latinoamericanos. Me conecté a Blackboard y le propuse a los pelados ver las charlas e ir analizándolas.

Al principio pensé que cada uno podría conectarse y ver una charla diferente, pero al cabo de unos minutos me di cuenta de que no era posible y terminé por compartirles pantalla y vimos todos la misma presentación. Yo estaba angustiada porque no tenía control sobre lo que iba a pasar en la conferencia. De forma natural, ellos empezaron a comentar la charla por WhatsApp. Hicieron comentarios sobre las dispositivas, la dicción, la atención al público, etc. Fue precioso verlos poner en práctica toda esa carreta que les había echado durante un par de semanas. Al final compartimos opiniones en Blackboard y varios expresaron haber disfrutado mucho. Uno incluso dijo que era la clase en la que más había aprendido. Fui (y sigo) feliz. 
 
Las cuatro lecciones

En mi rabieta silenciosa del martes yo no estaba aplicando la escucha activa que —irónicamente— estaba enseñando. Primera lección: me queda mucho por aprender. 

En mi diario del miércoles exploré mis emociones y así pude escuchar las emociones de mis estudiantes. 

Segunda lección: no puedo exigirles explorar sus emociones si ignoro que enseñar también es un proceso emocional. 

De la improvisación salió un ejercicio que me dejó ver todo lo que han aprendido, pero también ver cómo sí tienen una postura crítica frente a las formas de la oralidad. 

Tercera lección: no tener todo bajo control da espacio a lo orgánico, a que la enseñanza sea un proceso construido conjuntamente. Yo no soy profesora en oposición a ser estudiante, soy profesora a través de mis estudiantes, pasando por y para ellos. 

Un estudiante me dice que es la clase en la que más ha aprendido. Cuarta lección para alguien que vive entre libros: la realidad es más fascinante que la teoría. A veces, cuando uno está perdido, lo mejor es observar con cuidado la realidad. Ahí están las respuestas. 

 

Por Pilar Osorio Lora

 

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