Natalia Hoyos Botero, el valor de investigar por el simple hecho de entender

La profesora del departamento de Historia y Ciencias Sociales ha desarrollado una carrera fructífera en la ciencia colombiana desde la geología y la geografía. Sus trabajos científicos han tenido gran relevancia en la comprensión de algunos de los fenómenos naturales que afectan a los seres humanos a nivel global en su relación con el medio ambiente.

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Natalia Hoyos es geóloga y doctora en geografía.

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02 mar 2022

Casi como en un juego de niños, sin darse cuenta, la profesora y geóloga Natalia Hoyos Botero descubrió a muy temprana edad su vocación en la vida. En esto fue determinante su abuelo materno, Gerardo Botero Arango, académico reconocido por sus aportes al estudio de la geología nacional, hombre de ciencia, apasionado por la naturaleza, que hacía de su trabajo el entretenimiento de los nietos los fines de semana, cuando los recibía en su casa a las afueras de Medellín.

“Con él caminábamos mucho y nos llevaba a hacer recorridos en los que nos describía las cosas que veíamos. En el garaje tenía unas cajas llenas de fósiles, porque esa fue su pasión, la paleontología, que completaba con una colección de mariposas. También conservaba una cantidad de filminas de los sitios donde había ido en diferentes países y nos hacía unas presentaciones por las noches, nos mostraba de dónde era, qué era. Ese gusto por la naturaleza viene mucho de él”, cuenta Natalia, hoy profesora del departamento de Historia y Ciencias Sociales de Uninorte y una de nuestras investigadoras con más citas en Scopus y Google Scholar.


Natalia instala un sensor para medir la velocidad del caudal de una cuenca de la Sierra Nevada de Santa Marta. 

 

Al terminar el colegio, Natalia tenía claro que su destino estaría ligado a las ciencias naturales. Decidió estudiar Geología en la Universidad EAFIT. Hizo las prácticas profesionales en el Servicio Geológico Colombiano, en Bogotá, en el área de la Red Sismológica Nacional y luego tuvo una corta experiencia laboral en el campo de la consultoría en proyectos de diseño de vías en Medellín. En su vena familiar estaba el mundo académico, así que se vinculó a la EAFIT como joven investigadora, al tiempo que se especializó en Ciencias de la Tierra y Medio Ambiente. Más tarde se topó con la oportunidad para estudiar a nivel de posgrado en Estados Unidos, donde cursó una maestría en Ciencias Ambientales en University of New Haven y posteriormente un doctorado en Geografía en University of Florida.

La experiencia doctoral encaminó su carrera como investigadora. Empezó a participar en diferentes proyectos en Colombia, hasta que le llegó una oportunidad en el Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales de Panamá. Los geólogos colombianos Carlos Jaramillo y Camilo Montes, vinculados a este centro de investigación, le ofrecieron un posdoctorado para que hiciera parte de un proyecto que adelantaban en el marco de las obras de ampliación del Canal de Panamá. Le delegaron la tarea de procesar e interpretar los datos geográficos de un macroestudio que, entre sus muchos hallazgos, replanteó la hipótesis sobre el periodo en que se formó el puente terrestre que une a Panamá con Colombia. De ahí recibiría una beca posdoctoral con la Corporación Geológica Ares, institución que desarrolla investigación aplicada en ciencias de la tierra en Colombia y que fue fundada por algunos de los científicos con los que trabajaba en Panamá.


Antes de explorar territorios tan grandes es necesario trazar mapas que orienten a los investigadores sobre dónde centrar su trabajon de campo. Esa es una de las responsabilidades que asume Natalia en proyectos como el de Alta Guajira.

 

Lo que era una aventura infantil, finalmente terminó por convertirse en su trabajo. Ir a campo a recolectar muestras, conocer los ecosistemas, interpretar los datos, entender los cambios evolutivos de un territorio y después de todo esto producir un conocimiento que contribuya al entendimiento común. Su campo de estudio se centra en la geografía física, pero no le gusta separarlo del componente antrópico, es decir de los efectos que origina la actividad humana, como suele hacerse tradicionalmente al dividir la geografía en física y humana.

“Esa división es cada vez menos relevante, porque al final quien estudia hidrología seguramente tendrá que estudiar quiénes son los que usan esos recursos hídricos. Realmente ya no se puede estudiar únicamente el medio físico, sino también cómo interactúan las personas con este. Pero yo sigo siendo más de esa formación, porque soy geóloga y estoy más cerca de la geografía física que de la humana”, dice.


En la exploración en La Guajira, Natalia analizó imágenes de satélite de alta resolución para poder guiar a los geólogos que querían ir o donde habían recolectado fósiles.

 

En 2012, su esposo, el también profesor Jaime Escobar, se vinculó a la Universidad del Norte y dos años después ella fue nombrada profesora de planta e ingresó al grupo de investigación Memorias del Caribe. Así daba inicio a su historia en la universidad y en la región Caribe colombiana, donde se ha encontrado grandes desafíos para hacer investigación en su campo. Hizo parte del proyecto que buscaba el pasado geológico de Suramérica en la Península de La Guajira; evaluó los patrones temporales y espaciales para detectar incendios en la región; se adentró en la Sierra Nevada de Santa Marta para modelar el caudal de una cuenca montañosa y registrar los efectos del cambio climático en estos ríos. En 2017, integró el grupo global de científicos que generó la primera base de datos de erosividad ocasionada por precipitaciones, cuyos resultados fueron publicados en la prestigiosa revista Nature.

Augusto Sisa, profesor de Ingeniería Civil y Ambiental de Uninorte, quien ha hecho equipo con Natalia en más de un proyecto de investigación, destaca su habilidad para integrar áreas de desempeño muy diversas y que van desde el trabajo en campo, en su interacción con las comunidades o haciendo el registro de datos, hasta la divulgación final de resultados, pasando por el procesamiento y análisis de información. “Tiene gran capacidad para identificar necesidades o puntos débiles en un proceso y proponer soluciones o, en su defecto, buscar a alguien que pueda aportar para suplir esa necesidad”, señala Sisa.


Para llegar a una zona a investigar es necesario encontrar aliados en las comunidades. En la Sierra Nevada una familia le ayudaba a vigilar los distintos sensores instalados.

 

Como investigadora, la profesora Natalia sabe que hacer ciencia es un ejercicio de persistencia, de encontrar aliados, de mantener viva la curiosidad, “porque sin esta no surgen las preguntas de investigación”, y de tener motivación. Sobre todo porque investigar es de plazos largos, en los que siempre está latente la posibilidad de descarrilarse en el camino trazado. ¿Hay sacrificios? Su respuesta es tajante e inmediata: Ninguno. “Por el contrario, me ha dado oportunidades de conocer gente, de conocer sitios, de enseñar”.

Sin embargo, desde la óptica de un observador desprevenido sí se perciben sacrificios en la carrera de la investigación. En el caso de Natalia, Augusto Sisa lo describe así: “Para mantener un ritmo alto de publicaciones es necesario sacrificar algunas cosas y fundamentalmente tiempo. De manera que, en la práctica, en más de una ocasión se han enfrentado actividades profesionales que demandan tiempo, frente a otras que pueden tener mayor beneficio económico o social. En el caso de Natalia suele vencer aquella que tiene un mayor impacto en la ciencia, y ojalá que conduzca a publicaciones que ayuden a explicar el mundo en el que vivimos”.


En la Sierra Nevada con Augusto Sisa y Jaime Escobar.

 

En el otro frente como académica, específicamente en el salón de clases, Natalia asume cada semestre el reto de cautivar a sus estudiantes con una asignatura, Geografía, que en el imaginario está asociada con memorizar nombres de territorios, paisajes, regiones o accidentes geográficos. Su estrategia es enseñarla desde la relación de los seres humanos con el medio ambiente, por medio de temas relacionados con calentamiento global, cambios demográficos, desastres naturales y la diversidad cultural, que despiertan especial interés en las generaciones jóvenes.

En algunas afortunadas ocasiones se ha topado con estudiantes que tienen un perfil para la investigación y a quienes involucra en sus proyectos. Una de esas estudiantes fue Yelenka Núñez, graduada de Ingeniería Civil el año pasado. Desde hace ocho meses realiza una pasantía de investigación en el Smithsonian Tropical Research Institute, bajo la tutoría de la profesora Natalia. En conjunto trabajan en un estudio que analiza cómo varía la temperatura en Barranquilla en relación con la ubicación de los estratos socioeconómicos. La hipótesis es que en las zonas más calientes de la ciudad predominan los estratos bajos. En promedio, han identificado de forma preliminar que los barrios de estratos 1, 2 y 3 son unos 5 grados más calientes que aquellos donde predominan los estratos altos. El cruce de datos también incluye el análisis de otras variables socioeconómicas, como nivel de estudios, densidad de la población y porcentaje de adultos mayores y de migrantes.

En su proceso, Yelenka ha tenido en la profesora Natalia una guía dispuesta a responder sus dudas y orientarla frente a las trabas propias de investigar. “Es una persona amable, paciente, comprensiva, y aporta críticas constructivas de manera respetuosa siempre que son necesarias. Además, al trabajar con ella se nota la pasión y dedicación en su trabajo, y eso lo transmite. Me ha motivado a siempre dar lo mejor de mí durante todo el proceso”, cuenta la joven oriunda de Valledupar, quien está en busca de una oportunidad para estudiar una maestría en ingeniería ambiental.

En estos momentos, Natalia está vinculada en un proyecto macro que analiza las variables climáticas relacionadas con la precipitación y su efecto en la probabilidad de que surjan transiciones entre diferentes ecosistemas. Una primera publicación se enfocó en los cambios de vegetación en los Llanos, caracterizado por ser sabana tropical, y la Amazonía, donde predomina el bosque húmedo tropical. Ahora, gracias a una convocatoria de la Alianza 4U, al lado de investigadoras de la ICESI y la EAFIT buscarán explicar cómo se dan las transiciones entre ecosistemas en otras regiones como el caribe colombiano, desde el desierto en La Guajira hasta el bosque seco más al sur y bosque húmedo en los límites con Panamá.

Natalia Hoyos Botero es una científica comprometida con lo que hace y por eso sus publicaciones son aceptadas por prestigiosas revistas internacionales de ciencia. Es consciente de que el tipo de investigación que realiza no necesariamente tiene una aplicación directa inmediata, pero está segura de que esta no debería ser la única razón para investigar. “Muy bueno si tiene aplicación, pero si no, vale la pena entender porque sí. Entender por qué pasan las cosas. Pero entiendo que, en un país con recursos limitados como el nuestro, se le dé prioridad a una investigación que tenga aplicación inmediata”, afirma. Aún así, no deberíamos olvidar que algunos de los grandes avances de la humanidad han tenido su sustento en la ciencia básica o ciencia pura, aquella que no tiene un fin práctico inmediato y es motivada simplemente por nuestro deseo natural de entender, de saber por qué el mundo es como es y punto.

Por Jesús Anturi

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