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BIENESTAR

 

"Pizzagate no fue una anomalía: fue el síntoma de una cultura digital en la que las emociones se volvieron más importantes que los hechos. Las fake news prosperan porque apelan a lo que sentimos, no a lo que sabemos"

 Reinaldo Niebles, Psicología (1997) y Maestría en Educación (2002)
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Junio 2025
Por: Reinaldo Niebles
Egresado de Psicología (1997) y de la Maestría en Educación (2002) 

Director de Desarrollo y Prospectiva en Cámara de Comercio de Barranquilla



 

Cuando la ficción digital se vuelve creíble, las consecuencias pueden ser peligrosamente reales. Una teoría conspirativa nacida en foros anónimos encendió una narrativa viral que convirtió a un ciudadano común en protagonista de una tragedia absurda. En un entorno donde los algoritmos premian la emoción sobre la verdad, y el pensamiento crítico cede ante el impulso, las fake news dejan de ser simples errores y se transforman en armas ideológicas. Una alerta sobre cómo se construyen las mentiras en la era digital… y cómo evitarlas.. 


Pizzagate:

Cuando una mentira se convierte en tragedia

En diciembre de 2016, bajo una llovizna fría que empañaba las calles de Washington D.C., Edgar Welch agarró su rifle AR-15, manejó hasta el restaurante Comet Ping Pong e irrumpió en el local, convencido de que Hillary Clinton dirigía una red de tráfico infantil desde un sótano que, irónicamente, ni siquiera existía. No era parte de una película de acción ni una sátira política: era la vida real, alimentada por una mentira viral llamada Pizzagate. Todo comenzó con unos correos electrónicos filtrados del Partido Demócrata que, interpretados con más creatividad que lógica en foros como 4chan y Reddit, dieron lugar a una narrativa delirante. A pesar de ser desmentida repetidamente, la historia se esparció con entusiasmo gracias a redes sociales, medios alternativos y, claro, bots con “acento ruso”.

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Welch no era un extremista. Era alguien común, atrapado por una historia emocionalmente irresistible que, en su burbuja digital, parecía completamente real. Aquí no se trató solo de una teoría de conspiración más, sino de una mentira tan cuidadosamente moldeada por la maquinaria de la desinformación que logró convertir a un hombre común en protagonista de una tragedia absurda. ¿Cómo es posible que algo tan ridículo se vuelva tan creíble? La respuesta, desafortunadamente, está en nuestro cerebro.
 
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El artículo interactivo del The New York Times titulado "Dissecting the #PizzaGate Conspiracy Theories", publicado el 10 de diciembre de 2016, ofrece un análisis detallado de cómo se originó y propagó la teoría conspirativa conocida como "Pizzagate".
 

Un ejemplo de cómo la combinación de desinformación y la viralidad en redes sociales puede llevar a la radicalización de individuos y a acciones peligrosas basadas en falsedades. Subraya la importancia de la alfabetización mediática y la verificación de información para prevenir la propagación de teorías conspirativas sin fundamento.

Por qué las fake news nos seducen:

Sesgos, emociones y posverdad


Nuestro cerebro, contrario a lo que nos gusta creer, no fue diseñado para buscar la verdad. Su propósito es mucho más básico: sobrevivir. Y para eso, a menudo se salta el análisis riguroso y opta por atajos mentales que nos hacen vulnerables a las mentiras bien disfrazadas.

Uno de estos atajos más conocidos es el sesgo de confirmación: esa tendencia casi entrañable a creer cualquier cosa que valide lo que ya pensábamos. Si desconfías de los Clinton, un escándalo como Pizzagate no suena tan inverosímil; al contrario, encaja perfectamente con tu narrativa interna. Además, como explicó el psicólogo Daniel Kahneman, nuestra mente opera con dos sistemas de pensamiento: uno rápido, emocional e impulsivo (Sistema 1), y otro lento, lógico y analítico (Sistema 2). Adivina cuál domina en redes sociales. Por eso, cuando una noticia falsa genera miedo, indignación o morbo, el click es casi automático. Reflexionar, investigar, contrastar… eso ya es trabajo extra.
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El problema se agrava con el diseño de las plataformas digitales. Los algoritmos de redes sociales no priorizan la verdad, sino la viralidad. Si algo genera reacciones, se comparte más. Es decir, cuanto más incendiaria la noticia, más probable es que la veas en tu feed. En este sentido, los algoritmos se comportan como un chismoso digital: no mienten directamente, pero siembran dudas, manipulan emociones y nos enfrentan entre nosotros.
 
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Todo esto ocurre dentro de burbujas informativas donde solo vemos lo que refuerza nuestras creencias. El resultado es un tribalismo digital en el que los hechos objetivos importan menos que la lealtad al grupo. En contextos de alta polarización como Colombia, las fake news se convierten en armas ideológicas. Y sí, también hay una dimensión económica: muchos de estos contenidos se generan por puro interés comercial.


En países como Macedonia, adolescentes sin mayor compromiso político creaban noticias falsas pro-Trump porque les dejaban más dinero que cualquier empleo real. El negocio de la mentira es lucrativo, y el mercado está lleno de consumidores listos para comprar.

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Pensamiento crítico:

La última línea de defensa en la era de la IA

Con la llegada de los deepfakes, los bots conversacionales y la inteligencia artificial generativa, la desinformación ya no necesita ni creatividad humana. Basta con una máquina bien entrenada para producir titulares falsos, imágenes falsas y hasta videos que parecen más reales que la realidad. En este escenario, el pensamiento crítico no es una virtud académica: es una herramienta de supervivencia.

 

Para combatir la desinformación, el primer paso es simple (aunque aparentemente heroico): pausar antes de compartir. Activar el Sistema 2, el lento, el escéptico. Después, verificar con fuentes confiables, como Maldita.es o Chequeado.com, en lugar de creerle al primo que reenvía cadenas por WhatsApp. Y, sobre todo, analizar nuestras propias emociones: si una noticia te enfurece, te hace sentir moralmente superior o te da una satisfacción sospechosa, probablemente no está diseñada para informarte, sino para manipularte.

La educación mediática también es clave. Necesitamos programas que enseñen desde jóvenes a reconocer sesgos cognitivos, detectar falacias y resistir la tentación del efecto bandwagon (eso de compartir solo porque todos lo hacen). Y, quizás más difícil aún, necesitamos practicar algo que podríamos llamar: humildad epistemológica: esa rara capacidad de reconocer que podríamos estar equivocados. En palabras del filósofo Hugo Mercier, la mejor manera de afinar nuestras ideas es debatir con quienes piensan distinto —lo que implica leer más allá de nuestros grupos de Telegram.
 

 

Noticias falsas,

verdades incómodas

Pizzagate no fue una anomalía: fue el síntoma de una cultura digital en la que las emociones se volvieron más importantes que los hechos. Las fake news prosperan porque apelan a lo que sentimos, no a lo que sabemos. Y en ese entorno, la verdad compite en desventaja. No se trata solo de regular redes o censurar contenido: la verdadera solución está en formar ciudadanos capaces de navegar este mar de desinformación sin hundirse en cada ola de indignación viral.

La próxima vez que una noticia te cause furia instantánea o una sospechosa sensación de justicia revelada… respira. Piensa. Y, por favor, activa tu Sistema 2. La democracia te lo agradecerá.
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TikTok: el algoritmo que cambió la cultura digital

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