¿Será que no me voy a arrepentir de escoger esta carrera? ¿Será que esto es realmente lo que quiero ser toda mi vida? ¿Y si en diez años ya no soy feliz con mi decisión? Estas son las preguntas que se repiten, en silencio o entre suspiros, muchos jóvenes que cursan los últimos años de bachillerato.

Elegir una carrera parece, para ellos, una de las decisiones más grandes y determinantes de su vida. No es solo escoger un programa académico; es enfrentarse a la idea de un futuro que todavía les resulta borroso. La presión social, las expectativas familiares y el miedo a equivocarse pesan tanto como la ilusión de cumplir un sueño.

Jair Vega Casanova, profesor del Departamento de Comunicación de la Universidad del Norte, el miedo es un factor que incide de manera directa en los jóvenes al momento de no saber qué camino se debe tomar. 

Explicó que aunque durante varios años la elección de qué carrera profesional debía elegir un ciudadano estaba ligada a su vocación y pasión; sin embargo, en la actualidad este rumbo pudo haberse desalineado debido a que ahora hay más factores incluyentes.

“Había una generación que escogía en función de lo que sentía: quienes tenían vocación de ayuda querían ser médicos o profesores; los buenos en matemáticas querían ser ingenieros. Pero eso ha cambiado con el tiempo. El miedo del joven de hoy es a tener éxito. Ya no se mide la elección por lo que me hace feliz, sino por lo que me puede dar dinero o reconocimiento”, aseveró Vega.

Dado a su experiencia como sociólogo, el profesor consideró que las universidades deben estar preparadas para enfrentar este fenómeno. Además, resaltó la importancia de que los jóvenes obtengan un acompañamiento cercano que les muestre qué es verdaderamente cada programa académico.

“La universidad debe ser un espacio donde no solo se enseñe a trabajar, sino también a conocerse, a entender qué se quiere aportar al mundo y por qué. El éxito es un proceso, requiere tiempo y aprendizaje. Hay que enseñarles a valorar ese recorrido”, concluye.